viernes, 26 de diciembre de 2014

Esos pequeños ángeles cotidianos

De vuelta al teclado. 

¡Uf! Perdonen la desaparición. No es que no cumpliera mi promesa de esforzarme en escribir, es sólo que fue un fin de año caótico, como generalmente suele ser. Entre que terminé el equivalente a mi Tesis (¡Y me fue bien! ¡Eh eh eh!) así que "terminé" la Universidad... (En realidad uno nuuuuunca termina de estudiar). Y bueno, después... Todas las fiestas y compromisos de fin de año... Además que también mantengo otro Blog, el de la agrupación de baile a la cual pertenezco (Danzas Celtas Dancing Clovers)... Así que tenía que cumplir con eso... Y en fin, no me ha dejado mucho tiempo para sentarme aquí, con calma... A redactar mis ideas flotantes varias.  Lo cual no significa que no las tenga.

Ya que éste ha sido el mes Navideño... Quisiera compartir con uds. una reflexión que me viene dando vueltas hace rato, sobre esos pequeños ángeles cotidianos, como me gusta llamarlos. Esas personas, muchas veces desconocidas, que con actos sencillos, desinteresados, minúsculos... Son capaces de cambiarnos la vida. 

Sólo por poner unos ejemplos... Les contaré de cuando estaba en Alemania, que pasé unos meses por allá hace un par de años... Y, la verdad, el sistema de trenes era bastante complicado. Podías comprar los pasajes en unas maquinitas, pero yo no entendía muy bien como funcionaban. Como se trataba de harto dinero me daba un pánico atroz equivocarme, así que prefería ver bien cuál pasaje era el que yo quería, descargaba la información desde internet, lo imprimía y, en vez de comparlo en la máquinita, lo compraba en la caja, mostrando el papel impreso. En la caja era un poco más caro. La vendedora me dijo: "Sí lo compras en la máquina será más barato." -"Lo sé.- le contesté.- Pero no la sé usar." Entonces ella se salió de su puesto en la caja y fue especialmente a la máquina para comprármelo y aprovechar el descuento. Nunca olvidaré ese gesto. Siempre hablan de los empleados públicos como gente totalmente mecanizada, desesperados de sacar ganancias, que no les importa un bledo la atención de personal. Lo que vi aquí, fue totalmente lo contrario. Un gesto de generosidad que realmente me conmovió.

Pero, claro, eso fue en el extranjero (uno podría pensar). Pero no. Ese tipo de cosas realmente pasan aquí. De hecho, los gestos más dulces los he vivido aquí, en Chile, cuándo, quizás, más lo necesitaba.

Una vez estaba teniendo una conversación muy difícil, sobre un tema muy delicado, con alguien muy especial. Era algo importante, así que no pudimos elegir muy bien el lugar. Fue más bien inesperado. Terminamos conversando en el café del terminal de buses. Y yo lloraba a mares. No podía controlarme. No quería parecer teleserie, así que no gritaba ni nada, pero estaba realmente afectada y no podía parar de hipar. De la nada se me acerca un caballero de tercera edad, muy tierno, tenía ese "corazón de abuelito" emanando por todas partes (aunque para ser honesta, debido a mi condición, no recuerdo bien su rostro). Este caballero se me acerca y me dice algo así como: "No sé por qué lloras, pero toma, un dulce para que te endulce la vida." Y se fue. 

No me preguntó por qué lloraba. No se metió en mis asuntos. Simplemente rompió la barrera de la indiferencia y con ese simple caramelo, me regaló algo mucho más grande: Consuelo. 

En otra ocasión, también difícil para mí, venía de otro momento amargo. Yo pasaba por una depresión y como es clásico en ese estado uno se coloca más o menos sadomasoquista. Venía manejando por una atochada avenida, con la radio puesta con la música más cebolla que se puedan imaginar. Ahí yo lloraba a moco tendido. Quizás mi imaginación ha distorsionado el recuerdo tanto que ya no sé decir si acaso llovía o no, el punto es que la situación era penosa. Estaba detenida en un semáforo y en eso siento un bocinazo del auto de al lado. Miro por la ventana (¡oh, por Dios, que cara habré tenido!) y lo que veo es una pareja joven, de mediana edad, que me miran y me hacen un gesto con el pulgar. Sonríen, pero no dijeron nada más y se alejaron. 

Ellos no eran de la tercera edad, como el caballero anterior. No se les puede excusar por ello. Ni siquiera había una proximidad física. Allá en su auto, en su mundo, ellos no tenían por qué haberse puesto en contacto conmigo. De hecho, no dijeron una sola palabra. Pero con ese gesto, fue suficiente. Fue un explícito: "Arriba el ánimo, todo va a estar bien."

A veces con eso basta. No es necesario solucionar todos los problemas del mundo, no hace falta ser un intelectual o un político con mucha pompa. A veces estos héroes anónimos son todo lo que uno necesita. Son capaces de satisfacer la sed de esperanza que nos ahoga en los momentos de crisis. Eso es lo fundamental.

Quizás les parezca una historia simplista e hiper positiva, como esas que aparecen en las cadenas de e-mails. Pero para mí fueron momentos importantes que realmente tocaron una fibra sensible en mi ser. Cada día leo el diario, escucho las noticias, me entero de cosas por internet... Cada día desayuno con las peores atrocidades que la gente pudiese imaginar. Y todo eso me hace pensar: ¿En qué clase de mundo vivimos? Realmente cuestiono la cordura de la especie humana y muchas veces, como a cuantos no les habrá pasado, me dan ganas de mandar todo a la mierda. Harta del egoísmo, de la crueldad y la maldad, que realmente existen. De las injusticias, de la gente varsa y de los hipócritas. Pero también harta de los vagos, de los demasiado cómodos, de los indiferentes. Y he aquí la prueba de lo contrario: de que el mundo aún puede salvarse a partir de simples y sencillos cambios.

Edmund Burke dijo una vez: "Para que la maldad florezca, sólo hace falta que la gente buena no haga nada."

Quizás se trata simplemente de estar más atenta a tu alrededor. No hace falta que te inscribas como voluntario en alguna parte, que dones dinero o que te subas a un barco a combatir cazadores de ballenas. Se trata de ver lo que la gente a tu alrededor realmente necesita. ¿Hay una señora embarazada cerca tuyo? Cédele el asiento. ¿Alguien necesita un lápiz? Préstaselo. ¿Le faltan 20 pesos para un fotocopia? Regálaselos. ¿Ves que está triste? No le preguntes qué le pasa. Abrázalo y dile que lo quieres. La vida sola se encarga de darnos oportunidades, somos nosotros quienes debemos tomarlas.

Una vez una señora en silla de ruedas me pidió que la ayudara a cruzar una calle, pues la calzada estaba en pésimo estado. Me sentí un poco tonta, porque yo no sabía nada de sillas de ruedas, pero sí sabía de llevar coches de guagua, así que como pude me las apañé para hacer palanca y ayudarla a subir a la vereda. Cuando la mujer se marchaba me pregunté... ¿Cómo lo hace? No para vivir en silla de ruedas, sino que para vivir en un mundo que no piensa en ella. Como madre yo sé lo malas que están las calles. No es su culpa no poder caminar. Es nuestra culpa que ella deba pedir ayuda para cruzar.

Otra vez una señora de tercera edad me pidió que la ayudara a cruzar una calle, porque andaba con muletas. Me sentía como esas caricaturas de boyscouts ayudando a cruzar abuelitas. Pero pensé en mi abuelita y en cuánto me hubiese gustado que alguien de buen corazón la ayudase a ella también cuando lo hubiese necesitado. No me demoré nada. ¿Qué es un minuto más al cruzar la calle? Mi vida entera está llena de minutos. Que al menos sean minutos de bondad.

Al pensar en todo esto, no pretendo sacar en cara mis buenas acciones, simplemente que, pensándolo siento que es el universo dándome oportunidades de ser mejor persona. De ir probándome: ¿cedí la pasada al auto que quería salir de la bencinera? ¿Acompañé a mi amiga al baño cuando me lo pidió porque no quería ir sola? ¿Dejé la loza limpia para que cuando mi mamá llegara encuentre todo ordenado? 

Depende de uno poner en marcha ese motor. Quizás es el karma, haciéndome pagar por las veces que la gente ha sido buena conmigo. Cuando me han dicho: Tienes el cierre de la mochila abierto. Una vez una señora me dijo en el mall: alguien te quiere robar tu collar, mejor camine hacia otra parte. 

La verdad es que hay gente buena. Hay angelitos que nos cuidan y que toman la forma de personas normales, en situaciones comunes. Pero esas personas optan por hacer una diferencia. Jamás saldrán en televisión. Nunca se les homenajeará públicamente. Pero este es mi reconocimiento hacia ellos, esos héroes anónimos dentro de la cotidianidad.

Creo que es un bonito pensamiento para estas fechas. Después de todo, estas celebraciones, en diferentes culturas, tratan sobre eso: La esperanza.

Era un tema que siempre salía en películas infantiles, pero que recién ahora vengo a entender con mayor complejidad.

La esperanza es como una llamita, inicia pequeña, pero cuando es un gran incendio puede cambiarlo todo. Es una luz que no debemos apagar, es un fuego que hay que avivar. Pero no prende con palabras, prende con acciones. Y siempre, aunque no tengamos nada más, es el mejor regalo que podemos obsequiar.





jueves, 30 de octubre de 2014

¿A quién no le ha pasado?



A veces esta sociedad me cansa. Me cansa sobretodo porque la conformamos todos nosotros. Nosotros somos sociedad. No es algo externo. No hay un "Gran Hermano" planeando todo, oculto entre las sombras, (de que habrán algunos, deben existir, pero no es eso a lo que me refiero). A lo que voy, es que tendemos a hablar fácilmente de los demás y no hacer hincapié en nuestras conductas diarias. 

Hoy, y eso sólo fue el resultado de varias ocasiones anteriores, estuve pensando en lo que es para mí ser mujer aquí, en pleno siglo XXI, en Chile. 

La voy a hacer corta. No me considero una activista del feminismo. De hecho creo que no he participado en ninguna campaña explícita ni he hecho nada por la causa más allá de compartir un par de links en redes sociales. No sé nada de las corrientes feministas, el nombre de ninguna filósofa al respecto, muy poco del proceso histórico, etc.  De hecho pongo en cuestión muchos de los conceptos clichés sobre "la mujer moderna," y todo eso. Odio a las Feminazis. No soy partidaria del aborto. En fin. Todo por una infinidad de razones, claro... 

Pero lo que sí sé es lo que siento como mujer. Y para eso no tengo que declararme nada. Sólo compartir mi experiencia. Y con respecto a ello, creo que otras pueden sentirse identificadas con la mía. Porque a grandes rasgos  es la experiencia que compartimos como mujeres, como chilenas. Y creo que hay ciertos aspectos de ese "ser mujer" que no nos gusta. No quiero llamarlo machismo, así como no quiero llamarme feminista. Pero claramente algo hay ahí que todos podemos reconocer. Y no importa el nombre, lo que importa es que no está bien y como sociedad deberíamos estar haciendo algo.

Tengo recuerdos de cuando era pequeña, de alguien diciendo "voy a hacerte masajes" para luego agarrarme el culo. Y después decir "será mejor que no lo comentes, porque podrían malpensarlo." Y yo en mi ignorancia no dije nada. Él era hombre y no debe haber tenido más de 13 años, ¿quizás? Fue sólo una vez y no significó nada, pero recordándolo ya de adulta, me di cuenta de lo que significaba realmente.

Después recuerdo estar en el colegio. Y cuando entramos a básica debíamos usar uniforme, en esa época se usaba jumper. Y los compañeros de curso no encontraron nada mejor que divertirse en el recreo levantándoles el jumper a las mujeres para verles los calzones. Hasta que una profesora cortó con la cuestión diciendo: "La próxima vez que les levanten el jumper a sus compañeras, entonces ellas tendrán permiso para bajarles los pantalones." Nunca más weviaron. Claro, eran los '90. Hoy en día una frase así sale de algún profesor y lo echan.

También recuerdo que una vez un compañero nos dijo a mí y a un grupo de amigas "les quiero mostrar algo." Nos llevó a un rincón apartado y se bajó los pantalones. Nunca había visto a un hombre en calzoncillos. Eso fue todo. Mis amigas se rieron como tontas, con esa clásica risilla nerviosa. Yo no entendía nada. ¿Cuál era el punto? 

En otra ocasión estaba en la casa de un compañero, y no recuerdo muy bien como sucedió todo, la cosa es que terminé yo y como cuatro compañeros más en una pieza. Supuestamente haciendo una tarea. Y ellos empezaron a molestarme quitándose los pantalones. Yo era bastante ingenua. Así que al final me fui de la pieza y no recuerdo bien si los acusé con su mamá. 

Sí, todo esto sucedió cuando no debía tener ni diez años. Eran conductas que yo no entendía y que, al parecer, todo el resto parecía entender. Lo único que sabía es que estas situaciones por ingenuas que parecieran, me molestaban. En el fondo, a pesar de lo pava que era, sabía que había algo profundamente incorrecto.

Ya más de grande, estando en cuarto medio, tomaba el metro para ir a la oficina de mi pololo. Y al salir tenía que pasar enfrente de un edificio en construcción. Se imaginarán la cantidad de cosas que escuchaba que me gritaban todos los días. Todo por andar "con faldita." Pero esa es la cosa. No era "faldita," era uniforme. Yo aún estaba en el colegio. Era grandecita, sí, pero aún era menor de edad. Y debía soportar esos gritos cada vez que pasaba por ahí.

Una vez, de hecho, saliendo del metro alguien me dijo algo y luego sentí que me empezó a seguir. Eso no me gustó para nada y entré en un minimarket, el tipo pasó de largo y no salí de ahí hasta que me sentí segura de salir otra vez.

No fue la única vez.

Para una Navidad estábamos en el departamento de mi tía y hacía tanto calor que decidí salir a darme una vuelta. Estaba en calle Libertad, les digo, no era como un barrio marginal ni nada por el estilo. Deben haber sido las tres de la tarde de un día de diciembre. Y en un paradero un hombre comienza a decirme cosas. Yo lo ignoro y el empieza a acercarse mientras sigue gritando weas. Empiezo a caminar más rápido y él empieza a seguirme. Casi corrí. Tuve que correr como por tres o cuatro cuadras, hasta que lo perdí. Con pánico llegué de vuelta al departamento. 

Y eso no es todo. Hace un par de semanas fui con mi hijo pequeño a la plaza. Noté que alguien nos estaba observando. Después de un rato él se levantó y empezó a caminar hacia nosotros. Por esas cosas instintivas, tomé a mi hijo en brazos y entré en una verdulería cercana.  Por el rabillo del ojo ví que el tipo se dio media vuelta y se fue. Ni siquiera al verte con un niño pequeño la gente la piensa dos veces.

En fin. Una infinidad de veces que he tenido que soportar que viejos verdes me griten weas en la calle. No sé que pasará por sus mentes. Pero no me gusta. No quiero ser parte de sus fantasías. No estoy ahí para que ellos me usen. Yo no me estaba ofreciendo. 

Y esa es la cuestión. Cada vez que lo pienso me doy cuenta, en cada una de esas ocasiones donde me sentí vulnerada yo no estaba vestida con una minifalda, ni con un top escotado o ultramaquillada. Yo no estaba llamando la atención. Yo no estaba provocando. Yo estaba llevando mi vida normal. Estaba haciendo mi día a día.

Como no nos basta tener que luchar con los estereotipos y librar esas guerras cruentas con nuestros cuerpos. Como no nos basta tener que aprender a amarnos tal y como somos, independiente de las millones de tipas photoshopeadas que salen todas regias e hipersexualisadas en cada afiche, aunque sea para vendernos clips... Para más remate se nos insta a que cuando nos vistamos, seamos cuidadosas, para no provocar. Se nos dice que es para cuidarnos. Pero yo les digo eso es pura mierda.
Son palabras dulces que en el fondo nos dicen que nadie está cuidando de nosotras. Nosotras tenemos que cuidarnos porque nadie más lo hará. Nos dice que nosotras estamos haciendo algo mal y que cualquier cosa que suceda será nuestra culpa por no haber sido más precavidas. Que es nuestra culpa ser seductoras.

Y eso no es así. Cada vez que me pasaron estas cosas yo estaba en lugares tranquilos. No estaba saliendo de un bar de mala muerte a las 4 de la mañana vestida como prostituta. Estaba haciendo mi vida cotidiana, del mismo modo en que todos salen a comprar pan, al colegio, caminando por la calle... Con la confianza de que no llevan nada consigo para que les roben ni que están dándoles razones a nadie para que sean agresivos con uds. 

Me imaginé lo que como occidente les decimos a las mujeres de medio oriente: ¡Sáquense los velos, libérense! Pero al mismo tiempo le decimos a nuestras hijas: más larga la falda, tápate el escote. No hay diferencia. No se trata de lo que es moral o religioso. Cada uno puede vestir como sea. Pero así como sabemos que una mujer en medio oriente debería poder mostrar un tobillo sin que los hombres piensen que es una prostituta, aquí las mujeres podrían ir a la playa en topless sin miedo a que las violen. Porque la seguridad no pasa por nuestros cuerpos. Pasa por nuestras mentes y las medidas que tomamos como sociedad para protegernos.

La verdad es cuando suceden estas cosas no es porque las mujeres estén provocando. Suceden porque los hombres no controlan sus impulsos. La provocación no es la que decide en última instancia la acción. Se supone que como seres humanos somos capaces de razonar y medir las consecuencias de nuestros actos. De lo contrario... ¡Cuántas veces me he encontrado con gente estúpida que me encantaría golpear! ¡Cuántas veces no hemos tenido ganas de matar a algún weón muy conchesumadre por los crímenes que ha cometido! Y no lo hacemos. Porque sabemos que no se hace. 

No quiero ponerme moralista. Pero considero que es muy simple. Cada vez que un hombre trata así a una mujer, es un tipo de violencia. La mujer no va a pensar "oh, el me encontró guapa. Me siento mejor, ahora me siento más linda. Y hasta él es apuesto. Tal vez le gusto, que rico." NO. Lo que normalmente pensamos es "¡¿Qué onda? Que miedo, por favor que el weón no me siga, tal vez me quiere violar." Reaccionamos con incomodidad, con miedo. Porque sentimos que si él quisiera podría hacernos daños y no tenemos las herramientas para defendernos. Y peor aún, que nadie saldrá en nuestra defensa. 

No son sólo palabras. Es todo el significado del cual están cargadas. En el fondo al weón le importa muy poco tu respuesta. Claramente no le importa tu consentimiento. No es una relación, como sucede en las relaciones emocionales. No hay empatía. A él no le importa si te sientes bien o mal con su comentario. Su intención no es halagarte. Es egocéntrico. A él le interesa satisfacer una necesidad de él con su cuerpo, con sus emociones. Le da placer la situación. Y tú, solo eres un vehículo. Eso es lo más perjudicial. Es decir, no hay respeto y eres cosificada. En el fondo son los mismo principios activos en un violador, por ejemplo. No es que él sienta algo por tí, tú eres un medio para que él consiga lo que quiere. Y eso es peligrosísimo. Desde el momento en que eres un objeto, entonces estás en riesgo, porque pierdes todos tus derechos como ser humano. Eres desechable. No tiene valor ni tu salud, ni tu vida, ni tus emociones, ni tu integridad. Y puedes ser víctima de cualquier agresión. 

Eso es lo que la gente no entiende cuando decimos "No nos gusta que nos griten cosas." No es para hacernos las interesantes. Lo que en realidad decimos es "No nos gusta sentirnos expuestas al peligro." Porque sentimos que es algo que todos ven como algo inofensivo, pero sabemos que no es así.

A lo que voy es que es un tipo de violencia. Un tipo de violencia que está casi en nuestro ADN. Yo no sé que encontraban de divertido mis compañeros en sacarse los pantalones y exhibirse en calzoncillos frente a nosotras. Más allá de lo divertido de "romper las reglas," pero claramente había algo ahí, en saberse en una posición dominante frente a nosotras, que no sabíamos qué hacer. Éramos pequeños. Aún no se despertaban del todo los complejos aspectos de la sexualidad. Estábamos recién descubriéndonos. Y sin embargo, ahí estaban ellos, marcando una posición dominante desde un principio. 

Admito que en lo que a mí se refiere me ha faltado valentía. Cada vez que me han gritado cosas me han dado ganas de darme la vuelta y defenderme. De gritarles de vuelta. Pero o no me atrevo o no sé que decir. Me dan ganas de gritarles algo que realmente les duela en el ego. De que se den cuenta de que lo que están haciendo está mal. Eso está pendiente. Tendré lista mi respuesta para la próxima vez. Porque creo que es crucial que aprendamos a defendernos. Da igual si nos tratan de histéricas. Así como uds nos han criado, nadie saldrá en nuestra defensa. Somos nosotras quienes tenemos que marcar los límites.

Y cuando hablaba en un principio de que todos somos sociedad, lo decía porque... Es muy fácil estar a favor o en contra de lo que alguien dice, pero es mucho más difícil volverse críticos con uno mismo. Creo que ningún hombre se reconocería como machista. Pero lo cierto es que tenemos una cantidad de conductas, de las cuales muchas veces no somos conscientes, que inducen al machismo. No nos damos cuenta, pero las seguimos practicando. Las traspasamos. Es más, algunas de las mayores machistas son, increíblemente, mujeres. 

A lo que voy es que reconozcamos esas actitudes y las vayamos combatiendo, caso a caso, día a día. Desde la casa. Antes de querer cambiar al mundo (y hay mucho por hacer), cambiemos nosotros. 

El día de hoy digo BASTA a la agresión verbal hacia las mujeres (y hacia cualquiera en realidad), en la vía pública (y en la privada también). Y yo, desde lo que yo puedo hacer como sujeto individual, les digo: La próxima vez me voy a defender.

Lo lamento mucho al tener que hablar de "los hombres." Claramente no quiero generalizar. También hay mujeres que tratan mal a los hombres y que les gritan cosas, los golpean. Esto no es una cuestión de decir quienes son agresores y quienes son víctimas. Para mí hombres y mujeres son distintos en aspectos genéticos, pero iguales en términos de derechos humanos. Para mí lo ideal sería que no existiese ningún tipo de discriminación o de violencia, en ninguna dirección.





 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Volver

Existen personas que durante un breve tiempo significan algo para nosotros... Pueden ejercer una presión tan fuerte como el agua, una chorrera de emociones... Y sin embargo, transcurrido ese breve instante compartido, se desvanecen. Se evaporan llevándose consigo los rastros de tales emociones. En el fondo, su misión en nuestras vidas es como la de la lluvia. Para algunos puede ser un mal día, un mal frente; otros lo consideran agradable. Pero en el fondo es un clima pasajero y su única misión fue hacer fértil el suelo donde más adelante se asentarían las emociones más hondas. Esas que se instalan como enormes árboles y extienden sus ramas, duraderas, a través de las estaciones.

De esas personas, curiosamente, guardo pocos recuerdos. Más que nada son sensaciones. Y ni siquiera estoy del todo segura que se asocien a ellos.

Recuerdo una balada... melodías que resuenan como ecos en nuestras cabezas una vez que nuestros corazones se han secado. Recuerdo un cielo azul, con nubes blancas y lentas, moviéndose pesadamente al soplo de algún viento de cambios. Esperanzas, esperanzas que suben por escaleras infinitas hasta el cielo. Cada escalón decorado como las teclas de un piano, a las cuales les gusta interpretar canciones repletas de nostalgia. Recuerdo casas y balcones, todas de colores brillantes. Pero que quedan opacadas por la luz anaranjada de un farol en la oscuridad. Ahí, en esa oscuridad donde se pierden los que sueñan. Adoquines donde bailar el vals. Mosaicos en las paredes. Espejos en el alma. Un café con aroma a naranja. Un pie dulce con un dejo amargo.

He intentado encontrar nuevamente esos lugares. Esos lugares a los que no sé volver, porque no se encuentran en algún mapa, sino en los recuerdos más perdidos de la memoria. Por accidente tal vez me encontré con ellos. Pero me parecieron desteñidos. Estaban más opacos, más faltos de sueños. Ya no se veía el horizonte desde sus balcones. El mar ya no brillaba a lo lejos. En vez de eso hervían preguntas sin respuesta. Pasados bloqueados, como las huellas borradas en la arena. 

A veces es mejor no regresar. Volver para encontrarse con un recuerdo herido, duele demasiado. Ya no encontrarás el rostro igual  al mirarte en el espejo. Ya no voltearás al cruzarte con su recuerdo caminando entre la multitud. El mundo habrá cambiado y tu también.

A veces es mejor no regresar. 




martes, 14 de octubre de 2014

Sin quedarse atrás

Recuerdo haber estado en octavo básico o primero medio, algo así. Estaba en el coro de mi colegio, así que nos tocaba presentarnos en la licenciatura de los cuartos medios. Por esas cosas de la vida conocía a varios de los que salían, siendo que eran mayores que yo. No eran de esas relaciones que uno podría llamar amistad, sino más bien, esas conexiones extrañas que se producen en lugares como el colegio… Ahí, donde ves todos los días a la misma gente, conoces sus rostros y sus nombres, tal vez parte de sus historias, desde hace años. Existe una cercanía. Y cuando uno está en esa edad, queriendo colgarse de los mayores, el grado de afecto por esas personas aumenta.  El punto es que yo conversaba con algunos de ellos… Y me contaban sus planes a futuro: irse de la región, del país, probar suerte afuera, pues había todo un mundo de posibilidades. A medida que los años fueron pasando esta fue una escena que se fue repitiendo. Con excepción de que aquellos que se iban eran cada vez más cercanos. De pronto ya no eran conocidos los que salían a enfrentarse a la Universidad y otros proyectos. Eran amigos. Y sentía que me quedaba atrás. Hasta que finalmente me tocó el turno a mí también.

Este sentimiento ha sido recurrente en distintos momentos de mi vida. A pesar de mis logros, que no son pocos (lo descubrí cuando hacía mi Currículum), no puedo evitar sentirme en menos al compararme con los demás. No es que sienta que los otros sean mejores que yo. Es sólo que no puedo evitar sentir envidia cuando los veo realizando cosas que a mí me gustarían, como por ejemplo viajar. Ahora con lo de las redes sociales es tan común el psicopatear… Y ahí están, todas esas fotos de las cosas que han logrado: títulos, becas, trabajos, viajes, intercambios, vacaciones, experiencias únicas como caminatas, buceo, saltar en paracaídas o qué se yo. La mitad de esas actividades jamás las haría. Pero en fin. Creo que lo que más envidio es justamente eso. Esa libertad de poder hacer lo que uno quiera, de arriesgarse, de tomar las opciones que la vida te plantea. En el fondo: de vivir la vida y sentirse pleno, sentirse feliz con uno mismo.

¿Por qué yo no me puedo sentir así? Con todas las cosas que he hecho, con todo lo que he logrado…
No sé si tiene que ver porque aquí es como mal visto sentirse orgulloso de tus logros. Pero siempre tendemos a opacarnos. No estamos acostumbrados a ver nuestras cosas buenas, y las malas a veces resultan tan fáciles…

Además la comparación siempre es peligrosa. Sólo vemos un aspecto de aquello con lo que nos comparamos. Muchas veces vemos sólo el resultado, pero no todo lo que se recorrió hasta llegar ahí.
Una vez me dijeron: “No juzgues a nadie sólo por sus fotos de Instagram o de Facebook.” En efecto, eso es lo que tienen las redes sociales: un “Perfil,” un punto de vista. Y uno lo arma. Uno elige como quieres que te vean. O a veces, se arma sólo, contra tu voluntad. Pero el tema está en que lo que aparece ahí es sólo un aspecto tuyo. Y si sólo hay fotos de las fiestas a las que has ido, parecerás un tipo carretero. Si sólo hay fotos de tus logros, parecerás alguien exitoso. ¿Quién guarda recuerdos de sus derrotas?

Quizás lo principal está en asumir de forma realista tu propia experiencia. ¿Cómo es que he llegado hasta aquí? ¿Estoy viviendo la vida que quiero? ¿Sí, no, por qué? ¿Qué puedo hacer para cambiarlo? Pero también respetar tus tiempos. Tu vida tiene un pulso y es por algo. Quizás el ritmo que llevas te dirige en otra dirección. Una que aún no habías considerado y que puede resultar incluso más satisfactoria.

Es por eso que cuando esa envidia me ataca, después de psicopatear a algunos conocidos, me psicopateo a mí misma, con ojos de alguien externo. Hago una revisión de mis logros y lo comparo con mis metas a corto, mediano y largo plazo. Por lo general me basta para alcanzar la calma una vez más. Pero si no, entonces me da el impulso necesario para tomar las riendas de mi vida una vez más y empezar a hacer los ajustes que estime convenientes.


Quizás la lección más difícil que tenemos que aprender es la paciencia. Aquello que deseamos, de algún modo u otro, si nos esforzamos llegará. Pero por mientras, debemos disfrutar el camino y lo que tenemos.




lunes, 13 de octubre de 2014

Un día en el Cielo

El otro día hicimos un Picnic en el Jardín Botánico. Mi hijo de dos años lo pasó increíble corriendo libremente por ahí. Mi pareja quedó agotado corriendo detrás de él. Lo pasamos súper con mis amigos: conversando, comiendo, jugando... El clima estaba de lo más agradable.

En algún momento me quedé sola descansando sobre la mantita que habíamos tirado en el pasto. Corría una suave brisa y por la hora, donde el sol comienza a declinar, había una luz tangencial... Una especie de bruma que cubre la panorámica como un filtro de instagram. 

Estaba lleno de familias que habían decidido salir también. Vi grupos de niños pequeños celebrando cumpleaños, con un tipo alto y calvo vestido como guía de safari que les realizaba actividades. Los árboles estaban adornados con globos y banderitas de papel, listones y otros colgantes. Las mesas estaban repletas de jugos y cositas sanas. En el pasto habían cojines y mantitas... Parecía una foto de revista de decoración. 

En otros grupos la cosa era más heterogénea: tercera edad conversando, parejas de adultos regaloneando, parejas jóvenes absortas en lo suyo, padres pacientes y vigilantes, pero relajados... Grupos grandes de amigos jugando, amigas de mediana edad riendo. Había de todo.

La naturaleza magnífica como siempre. Algo me produce estar en medio de árboles inmensamente grandes. No hay cosa que me guste más que perderme en los bosques. Y el Jardín Botánico era el escenario perfecto para las actividades de aquel día.

Si bien había mucha gente, había suficiente espacio para todos. Los asistentes eran de todas las clases sociales, pero se mezclaban bien. Desde las pitucas que intentan verse hippies con ropa de marca, hasta las clases populares vestidas con ropa del persa, pasando por la clase media que se viste muy originalmente en las grandes tiendas... Nadie desconfiaba del otro. No era ese ambiente como de plaza pública, donde todos afirman su cartera o miran feo al del frente. Todos dejaban que los niños corrieran libres y se hicieran amigos de los demás, sin importar si dejaban la bici tirada. Los perros corrían por todas partes, pero todos tenían dueño. Ningún aparato hacía música de forma molesta. Y los autos y motos pasaban muy lento, así que no estaba ese estresante ruido de motores al acelerar, ni frenasos, ni bocinas...

Me detuve un momento y los miré. Los observé cuidadosamente a todos. Mi alma se conmovió al ver esta escena del Jardín de las Delicias. Sentí que eso era la perfección, ¿qué más podía pedir? Habría sido feliz con una vida así. Relajada, donde todos pudieran conversar, jugar, leer, pintar, dormir, pololear, correr, en fin... lo que quisieran. Detenerse a oler las flores, a maravillarse con el colorido de los árboles, a jugar a alimentar a los patos o ensimismarse con los destellos de luz sobre el agua... El clima: perfecto: ni mucho frío ni mucho calor. Suficiente privacidad, suficiente estar en compañía con los otros.

Si alguien me hubiese preguntado ¿cómo imaginaba yo el Paraíso? Habría respondido: Así.




martes, 23 de septiembre de 2014

Contaminada

Tuve que sujetar con ambas manos,
mis propias manos blancas,
a la aurora que asomaba,
para evitar que penetrase
con sus rayos rosa
y apartase de mí los vestigios de mi sueño.

Aquel sueño me fue arrebatado
como un coito interrumpido
como el clímax negado
que deja tras de sí sólo frustración.

Aquellos fragmentos de sueños
eran mi medicina.
Y ahora toca deambular por los pasillos...
¡Pero no son pasilllos!
Son calles interminables
repletas de peatones, que son a la vez pacientes
y autos que son a la vez camillas
de este enorme hospital que es la ciudad enferma.

Pero ya no hay amparo, ya no hay amor.
La ciudad me devuelve la mirada con crueldad.
Así es. Hay fuego en sus ojos.
Ese ardor que se manifiesta
desde las entrañas mismas de la urbe
y exhala como vapor por sus sucias chimeneas.

En cada esquina veo un muerto.
Pero, ¡no! No es un cadáver humano,
son esos sueños que la aurora asesinó.
Repletos de ollín y smog,
igual que las paredes de estos edificios.

Mis pulmones repletos de humo
me hacen vomitar palabras hirientes.
Mis piernas lánguidas
se abren a cualquiera que desee entrar
con una dosis de cariño.

Una vez despierta me es imposible volver a soñar.
No logro recordar los versos últimos de aquel poema.
La sesión termina fuera de mí
y la ciudad vierte su enfermedad
como semen por mi pecho.




Atte
Mei

jueves, 11 de septiembre de 2014

Sólo una amiga

Sólo una amiga sabe lo que es ser mujer, al mismo tiempo que tú.
Ella tiene su historia. Sus tacones se han gastado en otros suelos,
pero entiende lo que es caminar con ellos intentando no torcerse los pies.

Sólo una amiga sostiene tu mano, te besa y te abraza,
sin ser celosa, sin ser tímida, sin pensar demasiado en lo que hace;
sabiendo que después habrá de entregarte a alguien más.

Sólo una amiga te cuida y te quiere como una madre,
para luego pervertirte hasta la misma perdición
Y después felicitarte por salir airosa y renovada.

Sólo una amiga sabe lo que se siente cuando tu cuerpo se desangra,
Cuando el vientre engendra y los hijos pesan,
o cuando el corazón se parte y la soledad te vacía el alma.

Sólo una amiga te acompaña silenciosamente y recoge los pedazos.
Sólo ella conoce como iban, cual era la imagen que el puzzle debía ensamblar,
y sólo ella guardaría la pieza faltante hasta que apareciera el indicado.

Sólo una amiga tiene la capacidad de enseñarte sobre la locura
Demostrarte que se puede entrar en cólera de un segundo a otro
y hacer las pases con miradas y silencios.

Sólo una amiga es la compañera perfecta para una noche de desenfreno,
para una mañana de resaca y recomponerse, de volver a empezar
y parecer digna frente al mundo una vez más.

Sólo una amiga sabe que aunque el tiempo falte y la distancia crezca
la presencia no disminuye por cosas tan triviales.
Que las voces del alma se escuchan en todas partes cuando piden a gritos que alguien más las oiga.

Sólo una amiga sabe de cuerpos imperfectos que necesitan con desesperación
salir de cánones ficticios y ver con verdadera aceptación
la belleza de cada curva, planicie, mancha, pliegue y marca.

Sólo una amiga entiende por qué los ojos se drenan,
por qué el abdomen se estremece, las cabezas duelen,
los pechos se tensan y las entrepiernas se humedecen...

Sólo una amiga comprende que hay cosas que jamás se entienden,
que hay cosas sin explicación, pero que se hacen y se sienten.
Sólo ella podría entender ese balbuceo de palabras impronunciables.

Sólo una amiga habla ese idioma de rostros entre la gente,
de ropas y maquillaje, de máscaras y momentos fugaces.
De serlo todo y a la vez seguir siendo sólo una amiga...



Atte
Mei





miércoles, 3 de septiembre de 2014

Placeres Discretos

Hay ciertas cosas que me matan...

 El olor a café de cafetera por la mañana... El suave movimiento de las nubes por un cielo azul en un día de primavera... El humo de un cigarro que se deshace al resguardo de la lluvia... El andar sereno del agua en la superficie de un lago tranquilo en una fría mañana de verano... El ondular de las llamas, siempre tan absorbente e hipnótico, en una chimenea... Las sombras que pasan fugaces al interior de un vehículo por sobre sus pasajeros. Los tejidos demasiado suaves y afelpados que invitan a mis manos a tocarlo todo, como si poseyera ojos en las yemas de los dedos...La calidez de otra piel que roza con la mía...

La vida está llena de esos placeres sencillos. Siempre te lo recuerdan, pero que fácil se olvida. Esos placeres discretos, como yo los llamo. Es una frase repetida que suena cada vez que la situación se enfrenta. Es un orgasmo pequeño en la cotidianidad del día. Es la esperanza de encontrar a alguien que comparta esa emoción y que se transforme en tu alma gemela.

Para mí es un instante de alienación. Mi vida transcurre como en un filme y le tengo armada ya la lista de reproducción. Puedo cerrar los ojos y ser quien quiera ser el día de hoy. Y cuando ocurre alguno de estos placeres discretos me quedo pegada... Mejor que cualquier droga. Y ver como ese sueño que tenía se hace realidad. Y entonces la realidad se hace sueño...

Debemos detenernos, reconocer lo que nos gusta. Guardarnos con una sonrisa para adentro ese delicioso instante en que el mundo nos regaló un sencillo y diminuto placer, pero que podemos hacer eterno.



Atte
Mei

jueves, 28 de agosto de 2014

Fragmentos de mi Diario

... Supongo que es así. Hay quienes viven su vida haciendo lo que no les gusta. Otros también viven así, creyendo que lo hacen para alcanzar algo que sí quieren, pero saben que en el fondo no lo lograrán; o incluso, si es que lo logran, habrán perdido algo muy valioso en el camino.

Sin embargo, hay algunos que sí viven según sus propias reglas. ¿Serán más felices? No lo sé. Pero sí son los más libres. Son como tornados que circulan a través de las vidas de los demás. Nadie sabe de donde vienen, surgen de pronto, dejan un caos a su paso y luego se desvanecen. No siempre son aceptados. Generalmente causan mucho daño, o así dicen, porque sus parámetros no son los mismos que los de los demás. Son vistos como egoístas.

Yo los veo como guerreros. Intentan bajo todas las formas de resistir y devolver el golpe a la monotonía de la vida. La guerra es terrible, pero es bella. Así también son los guerreros. Hay algo épico, heróico y trágico en ello. Y algo increíblemente incorrecto.

(...)

Cada día creo más en que la vida es demasiado corta y no sé si haya más de una, pero sí sé que ésta es la única que conozco, la única que recuerdo. Y puedo transitar por ella como quien viaja en un bus con las persianas cerradas, pensando en llegar pronto a su destino, o puedo ser como un mochilero aventurero que "hace dedo" y que aprovecha cada momento de "estar perdido" como una oportunidad, un viaje nuevo. Su viaje nunca termina porque no hay destino, ellos nunca están perdidos. La vida es un viaje.

Yo quisiera ser nómade, poderme marchar con el viento. Mi maleta siempre ligera lleva sólo lo esencial. Lo más valioso que poseo no puede apartarse de mí: mis recuerdos, mis ideas, mis sentimientos. El día en que eso suceda dejaría de ser yo y ese día entonces mi viaje habrá por fin terminado.

Pero no sé si sea capaz.

¿Por qué quiero lo que quiero?
Tal vez porque es justamente lo que no poseo:

Soy sedentaria y no soy ángel ni demonio. Mi mochila es pesada. Estoy llena de posesiones que no significan nada para mí. Quiero volar como otros lo hacen porque yo no lo sé hacer. Quiero sentir como otros lo hacen porque tengo dudas sobre lo que pienso. Quiero ser como los otros porque no sé quien soy. Tengo miedo de descubrirlo. ¿Quién soy? ¿Quién quiero ser?


Atte
Mei

miércoles, 6 de agosto de 2014

La Casa de mis Abuelos

He querido escribir esta entrada desde hace mucho, pero lo había dilatado. Lo más probable es que fuera porque no sabía muy bien como abordarla. Quizás por primera vez las palabras me queden cortas para todo lo que me gustaría decir...

Soy una persona a la que le encanta la fantasía medieval... Delirio con esas historias tipo el Hobbit, donde llegan estos enanos queriendo retomar este antiguo reino bajo la montaña, ya que entre ellos esta el verdadero heredero... Claro, estas historias suenan fantásticas al estar llenas de criaturas mágicas, batallas épicas, etc... Pero lo cierto es que también conllevan historias muy humanas, muy reales. Aquellas que tratan sobre la amistad y el amor, probablemente son fáciles de entender. Pero hay otras... Creo que no fue hasta que pusimos en venta la casa de mis abuelos que entendí lo que se siente eso. Sentir que toda tu historia, tus recuerdos, se aferran tanto a un lugar, pero no sólo tú, son todos los que te precedieron: varias generaciones se criaron y formaron en ese espacio. Y ahora no puedes regresar a él. Si pudiera, yo misma armaría un ejército para retomar esa casa, ese castillo emocional que es para mí, pero no, este no es un enemigo al que hay que derrotar, es sólo la vida con sus muchas vueltas... 

Esa casa la construyó mi abuela. Era arquitecta. Y probablemente fue su única obra (que yo sepa), ya que después se dedicó al hogar y a criar a sus cuatro hijos. Ahí creció mi madre. Y fue también mi segunda casa. Pasaba todas mis vacaciones ahí, y durante el resto del año la reunión familiar de los domingos era casi sagrada. Después de clases también me daba alguna vueltecilla. Hasta muchos de mis amigos terminaron conociendo aquella casa.

No tiene sentido que intente describir lo que era para mí, o los infinitos recuerdos que poseo, son demasiados. Como dije en un principio, las palabras mismas no me bastarían. Todos los juegos que realicé, la imaginación que despertó en mí, como me acompañó en los cambios de mi vida a medida que fui madurando... Sólo por mencionar algunas cosas, recuerdo como me escondía en el clóset a jugar entre las antiguas ropas de mi mamá, o el olor a polvo de la alfombra en la habitación de mi abuela cuando me recostaba bajo la cama, buscando soledad. El aroma a jabón de los cajones. Y como me enamoré perdidamente de las sombras que dibujaban en movimiento las luces de los autos a través de las persianas de mi pieza, en la oscuridad de la noche. Recuerdo la vista desde mi alcoba hacia la calle 6 Norte. Era infinita, inclusive se veían los fuegos artificiales de Año Nuevo cuando la modernidad aún no nublaba el cielo viñamarino con edificios tipo oblea. En las noches de invierno las enorme hojas de los árboles se volvían naranjas y bajaba una neblina que se arremolinaba sobre los adoquines de calle Quillota... Se me hacía como viajar hacia una historia de terror londinense. En primavera era distinto, primero te recibía el jazmín de la reja, después la flor de la pluma que subía hasta el balcón del segundo piso y luego seguía subiendo por el cable, el poste, el árbol hasta el infinito. Por último las fresias blancas perfumaban el ambiente y esto se prolongaba hasta el living, donde mi abuela siempre colocaba un ramillito. Con ella aprendí tanto de flores como con mi madre: las camelias, la orquídea, los clarines, las rosas... Siempre estuvieron ahí con ella. Su favorita: la rosa Double Delight. Otros días era diferente y la brisa marina arrastraba hasta aquella casa los aromas de la playa. En el patio trasero la piscina recubierta de azulejos azules se me hacía como un gran computador en el cual podía sumergirme mientras que mi abuelo siempre me decía: "¡Entra de piquero!" Ahí crecía el limonero más grande que jamás haya visto, me encantaba subirme ahí a pesar de las amenazas de quebrarme algo. Con sus frutos él siempre me regalaba una limonada. Así, en fin, encontraría mil recuerdos, de cada habitación, de cada etapa de mi vida, de cada estación climática.

Pero esa casa además era perfecta. Estaba tan bien pensada. Ahora con ojos de adulto también lloro por el potencial de esa casa. Cuánto daría por vivir en una casa así, con esas habitaciones, esos clósets, todo tan bien distribuido. Sólo puedo soñar con aprender de esas lecciones para algún día lograr concretar algo parecido. Pero en mi mente siempre seguirá brillando ese recuerdo que ya se ha instalado en mí como mi casa ideal.

Lo peor de todo quizás sea la razón de la venta. Mis abuelos siguen vivos, pero su edad ya es muy avanzada y no son los que solían ser. Siento que con la casa poco a poco los he ido perdiendo a ellos también. Verlos día a día, ahora que viven conmigo, me ha hecho reflexionar muchísimo. Sobre la vida misma, sobre los ciclos y sobre como la sociedad en la que vivimos definitivamente no está preparada para convivir, para tratar con la gente mayor. La mayoría de esos pensamientos son tristes...

Una vez escuché que la gente de no sé donde siempre dejaba prendida una vela en la ventana para ayudar a guiar las almas perdidas de regreso a donde les corresponde. Y es curioso porque siempre que pasábamos por afuera de la casa de mis abuelos podíamos ver la luz del escritorio, donde más les gustaba pasar el día, encendida. Sabíamos que estaban aún despiertos, más tarde les llamaríamos y sabríamos que estaban bien, conversaríamos de las cosas que hubiesen acontecido en el día... Ahora ya no es así. Vendimos la casa y la desnudaron por completo. No hay una sola flor o planta siquiera en aquel jardín. Ya no hay una luz en aquella ventana. Y me doy cuenta de que ahora es nuestro turno. Ahora somos nosotros quienes debemos dejar esa luz prendida, ya sea en la ventana o en nuestros corazones. Quizás algún día ellos ya no estén aquí y así como hemos perdido esa casa los perderemos también a ellos, así como hemos ido perdiendo poco a poco sus recuerdos, su identidad... Las cosas por sí solas no nos sirven, son las emociones atadas a ellas las que las hacen valiosas. Y son esas emociones las que debemos tener prendidas, iluminándonos. Como esa luz en la ventana, que sean un faro en nuestras vidas... Saber de donde venimos y a donde queremos ir y no olvidar las lecciones más importantes de la vida. Después de todo, mi abuelo era marino y sabía guiarse por ese tipo de luces...


Esta foto la tomamos el último día antes de entregar la casa. Estamos mi mamá, yo y mi hijo. Existe una foto sumamente parecida en el mismo frontis de la casa, donde aparece mi abuela con sus hijos. Mi mamá tendría la edad del Rafa. Bueno, la vida continúa, ¿no?

Atte
Mei

martes, 15 de julio de 2014

¡¡¡¡Vacaciones!!!!

Sorry, chicos, por haber estado tan desaparecida. El ModoFinDeSemestre fue a full... Y luego, pues bueno, parten las vacaciones y uno intenta (INTENTA) desconectarse de todo. A mí no me funcionó tanto porque fue más bien del tipo: ¡Sí! ¡Vacaciones! ¡Ahora tengo más tiempo para trabajar! (Ohhh....) Y desde entonces he estado haciendo todo lo que tenía pendiente... No sé si alcance a ponerme al día con todo, tan sólo son dos semanas... Peeeeeero... No los pienso dejar botados. Ahora sí, continuaré subiendo cosillas tan seguido como pueda. Por ahora voy bien, al menos, con mis metas para estas vacaciones. Sí, así es, ¡metas! Porque uno siempre debería fijarse metas sencillas. Cosas a corto plazo. Que reflejen las cosas que uno realmente quiere hacer. A veces soñamos mucho (o nos quejamos demasiado), pero hacemos poco. Fijarse metas sencillas ayudan a que uno concrete más y sienta que avanza hacia lo que uno realmente quiere hacer, hacia sentirse pleno. Si no se logran, no pasa nada... No hay castigos ni premios. La vida es así, simplemente sucede... Aquí algunas de las mías:

-Pintar un cuadro -> check! (sólo falta barnizarlo)
-Leer un libro -> check! (Vamos por la mitad)
-Dibujar más! -> Más o menos... Dibujé para el cuadro, pero quiero seguir en eso...
-Terminar mi vestido medieval -> Bueno, lo estaba dejando para esta semana... jejeje...
-Dedicarme más al baile -> Check! Sobre todo porque han salido cosas interesantes...
-Cumplir con la agenda social... -> Uf, sí, me ha venido a ver harta gente (y saben que me cuesta salir) Pero estoy tratando de retomar contacto con esa gente querida que uno suele dejar de lado durante todo el año por culpa de la pega... (No me miren así, a todos les pasa ¬¬)
-Trabajar -> Check! Pues no queda de otra... 

Y... Lo más importante: Escribir!!!! Para eso estamos... Intento seguir mi historia (No daré spoilers!!!!) Y me meto de lleno en el Blog. Así que no se despeguen de sus pantallas porque seguimos posteando.
Antes de irme les dejo un pensamiento para que este semana que comenzó ayer, parta con mucha fuerza y energías positivas:



"Usa todo lo negativo y quémalo,
quémalo todo.
Que sea el combustible que prenda tu fuego interno,
que haga arder la llama de tu luz interior
y te permita alcanzar tus metas."


Atte
Mei

miércoles, 18 de junio de 2014

Poema

Disculpen la poca actividad en el Blog. Así como muchos andan en "Modo Mundial" yo ando en "Modo Fin De Semestre" lo cual se traduce en mucho qué hacer y poco tiempo. Pero para que no se sientan tan solitos, aquí los dejo con un poema. En realidad era algo viejito, pero le hice algunos cambios. Creo que quedó mejor así. Ojalá les guste.

Conquista

Sé mi rey.
Libre de todo halo,
cae en pecado.
Dame la pena capital.
Sé mi rey.
Libre de toda esperanza.
Clávame tu corona de espinas,
directo en el corazón.
Deja que los cuerpos ardan.
Antes que todas tus lágrimas
repletas de misericordia
me brinden absolución:
piérdeme, absolutamente...


Lady Gray


martes, 10 de junio de 2014

Memento Mori

El año pasado tuve un ramo en la universidad que se llamaba Taller de Escritura. De ahí surgió este proyecto de crear un librito, un prototipo de libro... Y bueno, en mi caso, el resultado final fue Memento Mori. Una compilación de relatos breves, de carácter libre y algo ecléctico, cuyo núcleo era distintas formas de aproximarse al tema de la Muerte. Para esto me valí de entrevistas a distintas personas que trabajan directamente relacionadas al tema. Y otras investigaciones que realicé por ahí. Quizás, desde un punto de vista literario, aún le falta bastante. Hay algunos cuentos que, creo, quedaron mejor que otros. Sin embargo estoy tan orgullosa que he decidido compartirlo hoy aquí con ustedes. Como el trabajo posee además una edición y una ilustración (toda hecha por mí), preferí compartirlo a modo de PDF desde un portal que permite, justamente, compartir este tipo de publicaciones. Además, así pueden verlo en formato original, tipo libro. Para hacerlo nada más deben entrar a este link.


La invitación queda hecha. Ojalá les guste. ¡Saludos!



Atte
Mei

miércoles, 4 de junio de 2014

Días Lluviosos

Lo confieso, me encanta la lluvia. 

Claro, soy mortal. No me gusta estar toda mojada y muerta de frío si tengo que, por ejemplo, quedarme el resto del día en clases... Pero si puedo salir a caminar bajo la lluvia en compañía de la persona que amo, les digo... No hay película que logre captar ese sentimiento. La manera en que el pelo atrapa las gotitas del cielo, el modo en que las ondas de agua distorsionan el pavimento... No hay nada que me guste más que pasear cerca de la costa con un viento de temporal. Contemplar las aves buscar refugio. Inflar mis pulmones con ese aire fresco, puro, rejuvenecedor... De alguna u otra forma siempre he sentido que la lluvia es capaz de purificar no sólo la tierra, limpiando cada hoja, flor o capa de smog... Sino que también purifica el alma. Es como si el mundo llorara por mí, dejando al partir un cielo azulado y un sol brillante. Con esos ríos desbordados se van además mis penas, mis dudas y mis temores...

Otra cosa que me encanta es quedarme encerrada en mi casita viendo como llueve por la ventana. Con un buena taza de té o, para hacer aún más perfecto el momento, chocolate caliente... Un buen libro (o un computador donde escribirlo) y una mantita. Me coloco en el living junto a la chimenea, bien calentita, a disfrutar. O también me quedo en cama viendo alguna película. ¿Quién pudiera negar que aquel es el paraíso?

Debe ser porque me trae tan buenos recuerdos. Vienen a mi memoria los días sábado en que mi papá venía de visita cuando yo era muy pequeña. Mi mamá me hacía levantar temprano y me bañaba y luego me vestía cerca de la chimenea para que no me enfriase. Ese aroma a leña, el pelo mojado y la música de Vivaldi a todo volumen en un cálido ambiente familiar... Hasta el día de hoy asocio el invierno con la música Barroca (No sólo porque Vivaldi tocase Las Cuatro Estaciones).

Entiendo a la gente que no le guste la lluvia. Especialmente si deben trabajar todo el día expuestos al frío y a la humedad. O si debido a su condición, su salud, su casa y sus pertenencias están en riesgo. Es una condición que hemos heredado de la antigüedad. Es por eso que sin pensar hablamos de "mal" clima. Todos los climas son buenos, son cíclicos y necesarios. Sin embargo nos transporta a esos orígenes donde el invierno significaba muerte, hambre y enfermedad. A veces no vemos cuanto hemos avanzado desde entonces. Es cierto, aún queda mucho. Pero también no olvidar que en aquellos tiempos la vida se relacionaba tan estrechamente con la naturaleza que la sentíamos con todo el cuerpo. Hoy en día el hombre se ha olvidado de mirar las estrellas. De sentir aquel aroma a tierra húmeda. Ya no se detiene a contemplar el verde brote de una hoja en una rama y entiende que con ello renacen también las esperanzas. El invierno se acabará, le seguirá la primavera y con ella las abundancias...

Existe una avenida llena de enormes plátanos orientales donde se encuentra mi universidad. Hago ese camino muy seguido. Me encanta que, justamente, cuando camino por ahí soy consciente del paso del tiempo. De la estación del año. Y de la vida del mundo.

De igual modo soy feliz cuando llueve. Entiendo que es parte del ciclo del agua, del ciclo de la vida, de nuestro propio ciclo. Y así como el invierno, puede significar tanto un momento de detención y recogimiento, como un momento de liberación. 

Y hoy, al igual que siempre, tras una noche de tormenta, ha salido nuevamente el sol. La vida resurge. Mi vida vuelve a encaminarse.


Atte
Mei

martes, 27 de mayo de 2014

El Verdadero Precio de la Educación

Antes que todo, perdonen las molestias, estamos actualizando la imagen del blog (todo por ustedes), así que aún estamos armando y organizando los detalles.... De antemano, muchísimas gracias!

Ahora sí, lo que nos convoca...

El otro día me reuní con mis amigas porque no las veía hace tiempo y surgió como tema, entre medio de todo el pelambre, el famoso tema de la Educación. (Ah... sí... ¿les suena?) Compartimos visiones, discutimos perspectivas, etc... Y como gran coincidencia, un par de días después me topé con este Post de Nicolás Copano que llegó a mí, compartido por varios de mis contactos a través de Facebook. En resumen, relataba su experiencia al ir a hacer una charla a un colegio donde le advirtieron que eran niños "problemáticos," no porque fueran agresivos o con capacidades diferentes, sino que, sencillamente, tenían una tendencia a ser hiperactivos y distraerse con facilidad. A lo cual siguió la reflexión sobre el tipo de sociedad en la que vivimos, exitista y discriminadora... [Para que sea más fácil de entender, adjuntaré el post al final de esta entrada].

A lo que quiero llegar, es a esta especie de... No la llamaría conclusión, porque más bien es una problemática, una puerta abierta...  Pero, es esta idea que me quedó rondando después de mi charla con mis amigas y la lectura de aquel post.

Se ha hablado mucho de la Educación como gran problema de esta sociedad, cosa con la que estoy completamente de acuerdo. Se ha hablado del acceso a la educación: que sea gratis, compartida, privada, etc... Se ha hablado incluso de Calidad de la Educación (sin ponerse mucho de a cuerdo, porque la verdad es muy profundo ese tema)... Pero...  A ver, ¿cómo logro explicarme mejor?

Creo, personalmente, que muchos estaremos de acuerdo en que todas esas disputas surgen de la idea de que la Educación es la única que puede proveernos de un mejor futuro, de darnos las herramientas para elegir libremente y así asegurarnos una buena vida, felicidad y entre todo eso... sí, se relaciona la idea de un buen trabajo. Pero el concepto de Éxito es el que sufre esta ambigüedad. Dinero o un buen puesto de trabajo no es sinónimo de bienestar, de felicidad, por mucho que se relacionen para algunos.  Y si bien todos queremos que nuestros hijos accedan a la mejor educación posible, ¿cuál es el precio que tienen que pagar, que todos tenemos que soportar, para que esto se lleve a cabo? Y con precio no me refiero a una cosa económica. Me refiero a estrés, a horas de estudio y trabajo en desmedro del desarrollo de otras aptitudes que, idealmente, vienen a potenciar la naturaleza íntegra de ser humano; al desarrollo moral, psíquico, espiritual de los individuos... De su seguridad y hasta sanidad mental... ¿Cuántos son los padres capaces de sacrificarlo todo porque sus hijos estén en "buenos colegios" y se queden ahí hasta el final? No sólo dinero, sino también el bullying, el maltrato, el contagio de prácticas e ideas venenosas (como drogas, anorexia, alcoholismo, u otras que en apariencia se ven menos peligrosas como el clacismo, el arribismo, etc). Los dejamos ahí, en ese caldo de cultivo de máquinas, robots perfectos, que se disponen a correr como en una carrera de caballos (imagen robada de Copano que me pareció notable), donde no importa si pisan a otros o lo sacrifican todo en pos de algo que, admitámoslo, todos sabemos que nunca se consigue. El trabajo nunca se acaba, el dinero nunca es suficiente, siempre se puede ascender más, pues siempre habrá con quienes compararnos... Pero nada de eso asegura nuestra felicidad.

 Leí por ahí en una de estas revistas que vienen con el diario, que los psicólogos discutían sobre los trastornos de déficit atencional e hiperactividad. Algunos no sabían qué tan bien se estaban diagnosticando (pues los índices llegaban a niveles de epidemia), otros más extremos incluso se atrevían a determinar que no existía, y luego todo el problema de la sobre-medicación. Porque en el fondo, cualquier niño que no calza dentro de este sistema de alumnos perfectos, maniquíes, es quitado del medio. Pero una mujer, que no puedo recordar quien era (soy mala con los nombres), pero era una de las expertas, planteaba la siguiente pregunta: si los índices estaban tan malos...¿ Por qué no pensar en que, tal vez, el sistema de educación estaba mal planteado? Una amiga mía me contaba que no-sé-quién se había puesto a hacer cálculos sobre las horas que debiera pasar un alumno en clases + horas ideales de estudio y tareas + horas de sueño para una vida sana + horas de ir al baño, comer y todas las necesidades biológicas + tiempo de ejercicio + horas de vida en familia o vida social que se supone una persona debiera realizar para no ser considerado anormal, etc... Y el resultado era que era imposible que le calzara con las 24 horas diarias. Siempre algún punto flaquea: o el estudio, o el sueño, o la comida, o el ejercicio, o la vida familiar, etc... Es imposible, bajo los estándares de hoy en día, vivir una vida íntegra y balanceada. Entonces, claramente, esos estándares son los que están mal. 

Por supuesto que a la empresa le importa que trabajes más, que ganes menos... La productividad nunca terminará. Nunca se ralentizará. Y si no quieres seguir ese ritmo, siempre puedes irte y detrás tuyo habrá una fila de 500 personas esperando tomar tu puesto porque están desesperadas. Prefieren sacrificar su dignidad, su calidad de vida, por un mísero salario que les permita sobrevivir, porque no tienen opción. No pueden elegir.

Pero lo peor de eso es que le estamos inculcando ese modelo a niños pequeños. En Japón la competitividad es tan alta que ya se pelean quienes entran a las mejores salas cuna, lo que los determina de inmediato en el camino que seguirán: mejores jardines infantiles, mejores primarias, secundarias, universidades, trabajos, etc. Y si no pueden cumplir con las altas expectativas de sus familias se suicidan. Pero, ¿quién les preguntó qué es lo que querían? ¿Si acaso estaban de acuerdo? Sin importar todos los éxitos recolectados, ninguno fue capaz de dar realmente satisfacción, ninguno fue capaz de dar sentido a esas vidas vacías.

No, todos ellos que se sientan a discutir hoy en día sobre la Calidad de la Educación, no deben olvidar el principal sentido que tiene la educación: formar criterio, capacidad para discernir, de articular un pensamiento crítico que en el fondo dé las herramientas para elegir. Un hombre que no puede elegir ha perdido la libertad y un hombre que no es libre ha dejado de ser humano. 

Atte
Mei


*****

Adjunto el Post de Nicolás Copano
del 22 de Mayo 2014
Vía Facebook

Hoy sentí una pena infinita. 
Pasa que como voy a hacer charlas para niños de quinto, sexto, séptimo y octavo por el proyecto de VTR Internet Segura (hace muchos años estoy en esta) me toco ir a un colegio distinto.
El colegio se llama Diego Matarazzo y queda cerca de la estación Mapocho. Estaban los chicos en una sala. Chicos de primero a octavo básico en una sala.
Antes de partir la directora me advirtio de que "eran muy inquietos, diferentes. Los colegios no los aceptan por como son".
Obviamente desde esa lógica pensé que eran cabros que habían vivido en poblaciones. Ya me había pasado ir a escuelas donde los docentes no tienen control e igual siempre pude conversar con todos: con risas, amabilidad y velocidad hasta en el lugar donde menos piensas que parece haber, culpa de nuestros prejuicios, siempre se puede.
Pero no: no tenían nada agresivo. Eran niños. Niños inquietos. Niños con problemas de atención. Pero eran niños. Como todos los niños A ver, como te lo explico: uno levanto mas la mano, otro aplaudía mas de la cuenta, otros parecían dopados para controlar la jaula de existir y uno que otro me miraba con sorpresa: nadie nunca fue a decirles que iban a conversar con ellos. Son los olvidados de todos los días: los diferentes. Los que no caben en el sistema.
Pero estaban ahí, mezclados.
Saque a dos, que la pasaron bien y hablaron claramente mejor que otros de su edad. 
Y de pronto uno grito fuerte "yo quiero ser inventor cuando grande"
Y los otros como que lo callaron y cuando me di cuenta les dije:
"A ver. Les voy a decir algo que espero nunca se les vaya y algún día se van a acordar de mi: ustedes pueden ser lo que quieras. Tu vas a ser inventor. Y el que quiere ser lo que quiera puede serlo. Tienen que cumplir con ciertas cosas, pero si sueñan y siguen hasta donde sea lo van a poder hacer. Nadie tiene derecho a decirles que no."
Al salir las profesoras, que hacen clases personalizadas a estos chicos se sacaron fotos conmigo y me felicitaron por dos cosas: #Vigilantes y por lograr que ellos estuviesen tranquilos y felices por una clase. Como la charla es didáctica y entretenida, siempre funciona. 
Pero antes de salir fui donde la directora nuevamente y le pregunté "¿por que usted dice que los colegios no los aceptan?"
A lo que me respondió algo que quebró mi corazón:
"Porque estos chicos bajan el promedio del SIMCE. Son distintos. Las escuelas no los quieren en esta sociedad exitista. Cuando salen de octavo nos da una tristeza enorme porque no los reciben. Nosotros solo estamos hasta ese curso".
Cresta.
Sociedad existista.
Y son solo niños. Niños que no tienen porque competir.
¿Saben? Cuando se me cayó una lagrima en el auto y llame a mi mujer contándole lo que pasó pensé lo que finalmente todos pensamos pero no queremos decir, porque siempre esta bueno tener la esperanza de cambiar las cosas, pero no: este país esta jodido.
No va a cambiar.
No va a cambiar hasta que dejemos esta cultura de abuso.
No lo va a cambiar ninguna reforma. 
Los colegios probablemente sean gratuitos y la universidad también pero ¿de que sirve si esta en nuestra alma el aplastar al otro si no nos sirve?
¿de que sirve estudiar y trabajar para ser parte de un engranaje absurdo e inentendible donde siempre hay alguien que se comporta como un cabrón por heredar o ser dueño o tener una red de contactos para hacernos sentir a todos como el orto?
¿de que sirve una educación gratis si no cambiamos nuestra manera de pensar?
Y ahí creo que esta la gran clave.
Tenemos que modificar incluso nuestro proyecto de vida para cambiar Chile. No se si seamos capaces, permitan decirlo: hay demasiada superficialidad, clasismo, racismo, discriminación y odio circulando como para poder hacer algo.
Y todos esos caminos son fáciles. Los chilenos no están preparados para algo dificil. El progresismo no esta para cosas difíciles: no esta para pelear nada porque probablemente los dejen de invitar a la próxima fiesta. La derecha tampoco: ya están cómodos. El gobierno es lo mismo que la derecha. Y asi hasta el infinito.
No están hechos para poder dar algo a cambio de otra cosa que quizás no van a ver.
Los chilenos piensan en que la vida es transar. Como un videojuego donde se pasan etapas y se rescata a la princesa y después al final no es así porque existir no es lineal y ahí se pudren todos. La vida en Chile no esta hecha en base a sacrificar, en base a amar, en base a disfrutar. No no: todo es el sonido de tener cosas. Y entrenar a buscadores de cosas.
Todo es existismo, hasta en niños de quinto básico.
¿Se puede hacer algo?
Me lo estoy preguntando. Quiero encontrar una respuesta. Tenemos que encontrar una respuesta.

viernes, 23 de mayo de 2014

Poemas Rescatados I

Cada tanto vuelvo sobre mis pasos y me encuentro con que, en medio de muchos papeles y entre varias líneas escritas con mala letra (los que me conocen entenderán), aparecen vestigios olvidados, interesantes... Los dejo con uds... Algunos poemas cortos rescatados:



Culpa:

No me mires a mí (así)
Tú sabes de lo que te hablo
Fuiste tú quien lo puso ahí
El deseo macabro
La culpa inexpugnable
El pecado sideral...

Don:

Quien aún pueda dudar
De la capacidad embriagadora de la vida
O del don del amor
De superar todo prejuicio
Es porque aún no se ha despertado
Con una borrachera horrible
Y un extraño a su lado.

Por qué escribo:

Escribo porque todavía debo
Levantarme temprano mañana
e ir a trabajar...



Atte
Lady Gray

miércoles, 14 de mayo de 2014

El Arte de Conversar

      Creo que vivimos en una época que, entre muchas otras cosas, sufre una gran crisis: la pérdida de la Conversación. Como toda crisis, esto significa un cambio y no pretendo juzgar si acaso esto es bueno o malo, supongo que ello lo definirán las futuras generaciones, sin embargo... Me atrevo a decir que ésto puede tener ciertas connotaciones negativas. ¿A qué me refiero? Bueno, a muchas cosas... Primero que todo, el estilo de vida que llevamos hace que estemos siempre apurados. Nunca tengamos tiempo para sentarnos todos a la mesa a conversar, en familia por ejemplo, o a compartir un cafecito con los amigos, etc. La idea es lograrlo, claro esta. Hay quienes se hacen ese tiempo. Sin embargo: ¿cuál es la calidad de esa conversación realmente? No estoy pensando en que cada charla con los cercanos deba ser una clase magistral o un debate profundo... Pero me he topado con que cada vez que estoy en compañía de alguien y tenemos algún tema en común tendemos a apasionarnos. Y claro, empezamos a profundizar en eso... Y no falta el que llega y te dice: ¡No puedo creer que estén hablando de eso en una fiesta! Lo cual me causa un escozor tan grande en el pecho que me dan ganas de responderle: ¡Y yo no puedo creer que estés hablando de farándula todo el día! Ahora, claro, ¿quién soy yo para decir sobre qué debe hablar la gente en su tiempo libre? Pero es que me llaman demasiado la atención estos indicios, estas señales, de que algo más grande sucede por detrás. Son esas ideas cliché de que "en la mesa no se debe hablar de política, religión o fútbol porque puedes ofender a alguien." Cuando, mi visión, es todo lo contrario. ¡Hoy más que nunca debemos hablar de política, de religión (de fútbol no sé...) y de todo lo demás! Claro esta, con el debido respeto. Es decir, entender al otro como un igual, con una postura que puede ser diferente a la tuya y que uno no debe intentar convencerlo, sino escuchar. Dialogar con alguien que piensa distinto a uno tiene incontables beneficios. Uno aprende mucho. Abre su mente a nuevos horizontes, incluso puede llegar a fortalecer tu postura inicial. No se trata de tener la razón o no. Se trata de aprender, de escuchar, sobre todo valorar la riqueza de opiniones que pueden haber sobre un mismo tema. 

Siento que de algún modo hoy en día es mal visto apasionarse. Tener cosas de tu interés. Cosas por las que sientas que vale la pena discutir. Y son esas cosas de las que uno normalmente quiere hablar. Muy poca gente le pregunta al de al lado: ¿oye, cuál es tu pasión? Y le dedica atención realmente a lo que te están contando. Siempre tenemos tiempo para quejarnos, para pelar, para hablar de vanalidades... Pero, ¿tenemos tiempo para las cosas que consideramos importantes? ¿nos hacemos ese espacio?
Lo mismo sucede con el trabajo. Antiguamente, como mucho del trabajo era artesanal y se hacía en conjunto, se conversaba mientras se hacía. Era una forma de aprender y de compartir las noticias. Con la revolución industrial eso cambió. Hoy es inconcebible el hablar mientras se trabaja, tampoco el cantar u otras "distracciones." Lo cierto es que todo eso se ve hoy en día como elementos que disminuyen la producción. Una producción que nunca acabará. Pasarán nuestras vidas y las máquinas seguirán andando. Siempre habrá trabajo que hacer. Pero uno no es eterno. Pasarás toda tu vida trabajando para llegar a alguna parte, no trabajando mientras vives tu vida. Pasarás la vida entera sin pensar, sin hablar, sin mirar por sobre tu hombro para ver quien está a tu lado.

Otra cosa también es nuestra relación con los mayores. Antiguamente los viejos eran los sabios, quienes habían vivido más y poseían más experiencia. Ellos eran los modelos a imitar. Hoy en día esto ha cambiado. Nuestras esperanzas están en los más jóvenes. Son ellos quienes se amoldan más rápidamente a los cambios de nuestro mundo tan tecnológico y acelerado.Ellos son los creativos que buscan nuevos modos de hacer, siempre cambiando, nada puede ser igual a lo que existían. Nuestros mayores se ven entonces como desadaptados. Y no los consideramos más como una fuente de sabiduría. Hoy buscamos el conocimiento en cualquier otra parte: internet, expertos, etc. Pero a los mayores los dejamos de lado, no tenemos tiempo para ellos, porque ellos avanzan a una velocidad distinta a la nuestra. No sabemos interactuar con ellos, los desplazamos para que otros, ojalá, se encarguen de ellos, como si fueran bebés a quienes hay que entretener. Ni siquiera nos detenemos a escuchar sus historias de tiempos remotos para pensar en como eran las cosas entonces y reflexionar sobre como queremos que sean en el futuro.

Y es que eso también se ha perdido. Hoy en día no escuchamos historias. Ya no hay cuentacuentos. La sabiduría ya no está en los cantos míticos, épicos. No hay canciones populares que nos unan a un sólo relato (porque de hecho, ya no hay relato que sea capaz de unirnos). No nos sentimos relacionados ni siquiera con los textos sagrados de nuestras religión (que supuestamente debiese re-ligarnos a ese pasado). Nuestra imaginación esta atrofiada. Estamos tan bombardeados por imágenes que no las procesamos y como no conversamos con nadie no tenemos siquiera noción de otras interpretaciones. Nuestra comprensión lectora es muy mala, casi no leemos, siendo que tanto nos preocupamos por la educación. Nuestra imaginación se empobrecerá cada día más sin darnos cuenta de lo que somo, realmente, capaces de soñar.

¿Qué se puede hacer, entonces? Simplemente me planteo esa pregunta. Creo que podemos partir por respetarnos a nosotros mismos, a nuestros sentimientos, a darnos el tiempo. Tiempo de leer, de pensar, de escuchar con calma. De escuchar a otros. De formular argumentos, contra-argumentos. De decir, estoy a favor, en contra y por qué. De jugar a ponerse en el lugar del otro. Y darle rienda suelta a nuestra imaginación. De compartir lo que sentimos y jugar a tratar de ponerle nombre. Para que así expresemos nuestros temores, preocupaciones, miedos y molestias, de formas menos violentas. De ver qué pasa cuando estamos todos reunidos y abrimos nuestro corazón a lo que se está tratando de decir realmente. A leer entre líneas. A leer tonos de voz, expresiones, matices... 

Después de todo... ¿qué daño puede hacernos?



Atte
Mei