Lo confieso, me encanta la lluvia.
Claro, soy mortal. No me gusta estar toda mojada y muerta de frío si tengo que, por ejemplo, quedarme el resto del día en clases... Pero si puedo salir a caminar bajo la lluvia en compañía de la persona que amo, les digo... No hay película que logre captar ese sentimiento. La manera en que el pelo atrapa las gotitas del cielo, el modo en que las ondas de agua distorsionan el pavimento... No hay nada que me guste más que pasear cerca de la costa con un viento de temporal. Contemplar las aves buscar refugio. Inflar mis pulmones con ese aire fresco, puro, rejuvenecedor... De alguna u otra forma siempre he sentido que la lluvia es capaz de purificar no sólo la tierra, limpiando cada hoja, flor o capa de smog... Sino que también purifica el alma. Es como si el mundo llorara por mí, dejando al partir un cielo azulado y un sol brillante. Con esos ríos desbordados se van además mis penas, mis dudas y mis temores...
Otra cosa que me encanta es quedarme encerrada en mi casita viendo como llueve por la ventana. Con un buena taza de té o, para hacer aún más perfecto el momento, chocolate caliente... Un buen libro (o un computador donde escribirlo) y una mantita. Me coloco en el living junto a la chimenea, bien calentita, a disfrutar. O también me quedo en cama viendo alguna película. ¿Quién pudiera negar que aquel es el paraíso?
Debe ser porque me trae tan buenos recuerdos. Vienen a mi memoria los días sábado en que mi papá venía de visita cuando yo era muy pequeña. Mi mamá me hacía levantar temprano y me bañaba y luego me vestía cerca de la chimenea para que no me enfriase. Ese aroma a leña, el pelo mojado y la música de Vivaldi a todo volumen en un cálido ambiente familiar... Hasta el día de hoy asocio el invierno con la música Barroca (No sólo porque Vivaldi tocase Las Cuatro Estaciones).
Entiendo a la gente que no le guste la lluvia. Especialmente si deben trabajar todo el día expuestos al frío y a la humedad. O si debido a su condición, su salud, su casa y sus pertenencias están en riesgo. Es una condición que hemos heredado de la antigüedad. Es por eso que sin pensar hablamos de "mal" clima. Todos los climas son buenos, son cíclicos y necesarios. Sin embargo nos transporta a esos orígenes donde el invierno significaba muerte, hambre y enfermedad. A veces no vemos cuanto hemos avanzado desde entonces. Es cierto, aún queda mucho. Pero también no olvidar que en aquellos tiempos la vida se relacionaba tan estrechamente con la naturaleza que la sentíamos con todo el cuerpo. Hoy en día el hombre se ha olvidado de mirar las estrellas. De sentir aquel aroma a tierra húmeda. Ya no se detiene a contemplar el verde brote de una hoja en una rama y entiende que con ello renacen también las esperanzas. El invierno se acabará, le seguirá la primavera y con ella las abundancias...
Existe una avenida llena de enormes plátanos orientales donde se encuentra mi universidad. Hago ese camino muy seguido. Me encanta que, justamente, cuando camino por ahí soy consciente del paso del tiempo. De la estación del año. Y de la vida del mundo.
De igual modo soy feliz cuando llueve. Entiendo que es parte del ciclo del agua, del ciclo de la vida, de nuestro propio ciclo. Y así como el invierno, puede significar tanto un momento de detención y recogimiento, como un momento de liberación.
Y hoy, al igual que siempre, tras una noche de tormenta, ha salido nuevamente el sol. La vida resurge. Mi vida vuelve a encaminarse.
Atte
Mei