jueves, 30 de octubre de 2014

¿A quién no le ha pasado?



A veces esta sociedad me cansa. Me cansa sobretodo porque la conformamos todos nosotros. Nosotros somos sociedad. No es algo externo. No hay un "Gran Hermano" planeando todo, oculto entre las sombras, (de que habrán algunos, deben existir, pero no es eso a lo que me refiero). A lo que voy, es que tendemos a hablar fácilmente de los demás y no hacer hincapié en nuestras conductas diarias. 

Hoy, y eso sólo fue el resultado de varias ocasiones anteriores, estuve pensando en lo que es para mí ser mujer aquí, en pleno siglo XXI, en Chile. 

La voy a hacer corta. No me considero una activista del feminismo. De hecho creo que no he participado en ninguna campaña explícita ni he hecho nada por la causa más allá de compartir un par de links en redes sociales. No sé nada de las corrientes feministas, el nombre de ninguna filósofa al respecto, muy poco del proceso histórico, etc.  De hecho pongo en cuestión muchos de los conceptos clichés sobre "la mujer moderna," y todo eso. Odio a las Feminazis. No soy partidaria del aborto. En fin. Todo por una infinidad de razones, claro... 

Pero lo que sí sé es lo que siento como mujer. Y para eso no tengo que declararme nada. Sólo compartir mi experiencia. Y con respecto a ello, creo que otras pueden sentirse identificadas con la mía. Porque a grandes rasgos  es la experiencia que compartimos como mujeres, como chilenas. Y creo que hay ciertos aspectos de ese "ser mujer" que no nos gusta. No quiero llamarlo machismo, así como no quiero llamarme feminista. Pero claramente algo hay ahí que todos podemos reconocer. Y no importa el nombre, lo que importa es que no está bien y como sociedad deberíamos estar haciendo algo.

Tengo recuerdos de cuando era pequeña, de alguien diciendo "voy a hacerte masajes" para luego agarrarme el culo. Y después decir "será mejor que no lo comentes, porque podrían malpensarlo." Y yo en mi ignorancia no dije nada. Él era hombre y no debe haber tenido más de 13 años, ¿quizás? Fue sólo una vez y no significó nada, pero recordándolo ya de adulta, me di cuenta de lo que significaba realmente.

Después recuerdo estar en el colegio. Y cuando entramos a básica debíamos usar uniforme, en esa época se usaba jumper. Y los compañeros de curso no encontraron nada mejor que divertirse en el recreo levantándoles el jumper a las mujeres para verles los calzones. Hasta que una profesora cortó con la cuestión diciendo: "La próxima vez que les levanten el jumper a sus compañeras, entonces ellas tendrán permiso para bajarles los pantalones." Nunca más weviaron. Claro, eran los '90. Hoy en día una frase así sale de algún profesor y lo echan.

También recuerdo que una vez un compañero nos dijo a mí y a un grupo de amigas "les quiero mostrar algo." Nos llevó a un rincón apartado y se bajó los pantalones. Nunca había visto a un hombre en calzoncillos. Eso fue todo. Mis amigas se rieron como tontas, con esa clásica risilla nerviosa. Yo no entendía nada. ¿Cuál era el punto? 

En otra ocasión estaba en la casa de un compañero, y no recuerdo muy bien como sucedió todo, la cosa es que terminé yo y como cuatro compañeros más en una pieza. Supuestamente haciendo una tarea. Y ellos empezaron a molestarme quitándose los pantalones. Yo era bastante ingenua. Así que al final me fui de la pieza y no recuerdo bien si los acusé con su mamá. 

Sí, todo esto sucedió cuando no debía tener ni diez años. Eran conductas que yo no entendía y que, al parecer, todo el resto parecía entender. Lo único que sabía es que estas situaciones por ingenuas que parecieran, me molestaban. En el fondo, a pesar de lo pava que era, sabía que había algo profundamente incorrecto.

Ya más de grande, estando en cuarto medio, tomaba el metro para ir a la oficina de mi pololo. Y al salir tenía que pasar enfrente de un edificio en construcción. Se imaginarán la cantidad de cosas que escuchaba que me gritaban todos los días. Todo por andar "con faldita." Pero esa es la cosa. No era "faldita," era uniforme. Yo aún estaba en el colegio. Era grandecita, sí, pero aún era menor de edad. Y debía soportar esos gritos cada vez que pasaba por ahí.

Una vez, de hecho, saliendo del metro alguien me dijo algo y luego sentí que me empezó a seguir. Eso no me gustó para nada y entré en un minimarket, el tipo pasó de largo y no salí de ahí hasta que me sentí segura de salir otra vez.

No fue la única vez.

Para una Navidad estábamos en el departamento de mi tía y hacía tanto calor que decidí salir a darme una vuelta. Estaba en calle Libertad, les digo, no era como un barrio marginal ni nada por el estilo. Deben haber sido las tres de la tarde de un día de diciembre. Y en un paradero un hombre comienza a decirme cosas. Yo lo ignoro y el empieza a acercarse mientras sigue gritando weas. Empiezo a caminar más rápido y él empieza a seguirme. Casi corrí. Tuve que correr como por tres o cuatro cuadras, hasta que lo perdí. Con pánico llegué de vuelta al departamento. 

Y eso no es todo. Hace un par de semanas fui con mi hijo pequeño a la plaza. Noté que alguien nos estaba observando. Después de un rato él se levantó y empezó a caminar hacia nosotros. Por esas cosas instintivas, tomé a mi hijo en brazos y entré en una verdulería cercana.  Por el rabillo del ojo ví que el tipo se dio media vuelta y se fue. Ni siquiera al verte con un niño pequeño la gente la piensa dos veces.

En fin. Una infinidad de veces que he tenido que soportar que viejos verdes me griten weas en la calle. No sé que pasará por sus mentes. Pero no me gusta. No quiero ser parte de sus fantasías. No estoy ahí para que ellos me usen. Yo no me estaba ofreciendo. 

Y esa es la cuestión. Cada vez que lo pienso me doy cuenta, en cada una de esas ocasiones donde me sentí vulnerada yo no estaba vestida con una minifalda, ni con un top escotado o ultramaquillada. Yo no estaba llamando la atención. Yo no estaba provocando. Yo estaba llevando mi vida normal. Estaba haciendo mi día a día.

Como no nos basta tener que luchar con los estereotipos y librar esas guerras cruentas con nuestros cuerpos. Como no nos basta tener que aprender a amarnos tal y como somos, independiente de las millones de tipas photoshopeadas que salen todas regias e hipersexualisadas en cada afiche, aunque sea para vendernos clips... Para más remate se nos insta a que cuando nos vistamos, seamos cuidadosas, para no provocar. Se nos dice que es para cuidarnos. Pero yo les digo eso es pura mierda.
Son palabras dulces que en el fondo nos dicen que nadie está cuidando de nosotras. Nosotras tenemos que cuidarnos porque nadie más lo hará. Nos dice que nosotras estamos haciendo algo mal y que cualquier cosa que suceda será nuestra culpa por no haber sido más precavidas. Que es nuestra culpa ser seductoras.

Y eso no es así. Cada vez que me pasaron estas cosas yo estaba en lugares tranquilos. No estaba saliendo de un bar de mala muerte a las 4 de la mañana vestida como prostituta. Estaba haciendo mi vida cotidiana, del mismo modo en que todos salen a comprar pan, al colegio, caminando por la calle... Con la confianza de que no llevan nada consigo para que les roben ni que están dándoles razones a nadie para que sean agresivos con uds. 

Me imaginé lo que como occidente les decimos a las mujeres de medio oriente: ¡Sáquense los velos, libérense! Pero al mismo tiempo le decimos a nuestras hijas: más larga la falda, tápate el escote. No hay diferencia. No se trata de lo que es moral o religioso. Cada uno puede vestir como sea. Pero así como sabemos que una mujer en medio oriente debería poder mostrar un tobillo sin que los hombres piensen que es una prostituta, aquí las mujeres podrían ir a la playa en topless sin miedo a que las violen. Porque la seguridad no pasa por nuestros cuerpos. Pasa por nuestras mentes y las medidas que tomamos como sociedad para protegernos.

La verdad es cuando suceden estas cosas no es porque las mujeres estén provocando. Suceden porque los hombres no controlan sus impulsos. La provocación no es la que decide en última instancia la acción. Se supone que como seres humanos somos capaces de razonar y medir las consecuencias de nuestros actos. De lo contrario... ¡Cuántas veces me he encontrado con gente estúpida que me encantaría golpear! ¡Cuántas veces no hemos tenido ganas de matar a algún weón muy conchesumadre por los crímenes que ha cometido! Y no lo hacemos. Porque sabemos que no se hace. 

No quiero ponerme moralista. Pero considero que es muy simple. Cada vez que un hombre trata así a una mujer, es un tipo de violencia. La mujer no va a pensar "oh, el me encontró guapa. Me siento mejor, ahora me siento más linda. Y hasta él es apuesto. Tal vez le gusto, que rico." NO. Lo que normalmente pensamos es "¡¿Qué onda? Que miedo, por favor que el weón no me siga, tal vez me quiere violar." Reaccionamos con incomodidad, con miedo. Porque sentimos que si él quisiera podría hacernos daños y no tenemos las herramientas para defendernos. Y peor aún, que nadie saldrá en nuestra defensa. 

No son sólo palabras. Es todo el significado del cual están cargadas. En el fondo al weón le importa muy poco tu respuesta. Claramente no le importa tu consentimiento. No es una relación, como sucede en las relaciones emocionales. No hay empatía. A él no le importa si te sientes bien o mal con su comentario. Su intención no es halagarte. Es egocéntrico. A él le interesa satisfacer una necesidad de él con su cuerpo, con sus emociones. Le da placer la situación. Y tú, solo eres un vehículo. Eso es lo más perjudicial. Es decir, no hay respeto y eres cosificada. En el fondo son los mismo principios activos en un violador, por ejemplo. No es que él sienta algo por tí, tú eres un medio para que él consiga lo que quiere. Y eso es peligrosísimo. Desde el momento en que eres un objeto, entonces estás en riesgo, porque pierdes todos tus derechos como ser humano. Eres desechable. No tiene valor ni tu salud, ni tu vida, ni tus emociones, ni tu integridad. Y puedes ser víctima de cualquier agresión. 

Eso es lo que la gente no entiende cuando decimos "No nos gusta que nos griten cosas." No es para hacernos las interesantes. Lo que en realidad decimos es "No nos gusta sentirnos expuestas al peligro." Porque sentimos que es algo que todos ven como algo inofensivo, pero sabemos que no es así.

A lo que voy es que es un tipo de violencia. Un tipo de violencia que está casi en nuestro ADN. Yo no sé que encontraban de divertido mis compañeros en sacarse los pantalones y exhibirse en calzoncillos frente a nosotras. Más allá de lo divertido de "romper las reglas," pero claramente había algo ahí, en saberse en una posición dominante frente a nosotras, que no sabíamos qué hacer. Éramos pequeños. Aún no se despertaban del todo los complejos aspectos de la sexualidad. Estábamos recién descubriéndonos. Y sin embargo, ahí estaban ellos, marcando una posición dominante desde un principio. 

Admito que en lo que a mí se refiere me ha faltado valentía. Cada vez que me han gritado cosas me han dado ganas de darme la vuelta y defenderme. De gritarles de vuelta. Pero o no me atrevo o no sé que decir. Me dan ganas de gritarles algo que realmente les duela en el ego. De que se den cuenta de que lo que están haciendo está mal. Eso está pendiente. Tendré lista mi respuesta para la próxima vez. Porque creo que es crucial que aprendamos a defendernos. Da igual si nos tratan de histéricas. Así como uds nos han criado, nadie saldrá en nuestra defensa. Somos nosotras quienes tenemos que marcar los límites.

Y cuando hablaba en un principio de que todos somos sociedad, lo decía porque... Es muy fácil estar a favor o en contra de lo que alguien dice, pero es mucho más difícil volverse críticos con uno mismo. Creo que ningún hombre se reconocería como machista. Pero lo cierto es que tenemos una cantidad de conductas, de las cuales muchas veces no somos conscientes, que inducen al machismo. No nos damos cuenta, pero las seguimos practicando. Las traspasamos. Es más, algunas de las mayores machistas son, increíblemente, mujeres. 

A lo que voy es que reconozcamos esas actitudes y las vayamos combatiendo, caso a caso, día a día. Desde la casa. Antes de querer cambiar al mundo (y hay mucho por hacer), cambiemos nosotros. 

El día de hoy digo BASTA a la agresión verbal hacia las mujeres (y hacia cualquiera en realidad), en la vía pública (y en la privada también). Y yo, desde lo que yo puedo hacer como sujeto individual, les digo: La próxima vez me voy a defender.

Lo lamento mucho al tener que hablar de "los hombres." Claramente no quiero generalizar. También hay mujeres que tratan mal a los hombres y que les gritan cosas, los golpean. Esto no es una cuestión de decir quienes son agresores y quienes son víctimas. Para mí hombres y mujeres son distintos en aspectos genéticos, pero iguales en términos de derechos humanos. Para mí lo ideal sería que no existiese ningún tipo de discriminación o de violencia, en ninguna dirección.





 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Volver

Existen personas que durante un breve tiempo significan algo para nosotros... Pueden ejercer una presión tan fuerte como el agua, una chorrera de emociones... Y sin embargo, transcurrido ese breve instante compartido, se desvanecen. Se evaporan llevándose consigo los rastros de tales emociones. En el fondo, su misión en nuestras vidas es como la de la lluvia. Para algunos puede ser un mal día, un mal frente; otros lo consideran agradable. Pero en el fondo es un clima pasajero y su única misión fue hacer fértil el suelo donde más adelante se asentarían las emociones más hondas. Esas que se instalan como enormes árboles y extienden sus ramas, duraderas, a través de las estaciones.

De esas personas, curiosamente, guardo pocos recuerdos. Más que nada son sensaciones. Y ni siquiera estoy del todo segura que se asocien a ellos.

Recuerdo una balada... melodías que resuenan como ecos en nuestras cabezas una vez que nuestros corazones se han secado. Recuerdo un cielo azul, con nubes blancas y lentas, moviéndose pesadamente al soplo de algún viento de cambios. Esperanzas, esperanzas que suben por escaleras infinitas hasta el cielo. Cada escalón decorado como las teclas de un piano, a las cuales les gusta interpretar canciones repletas de nostalgia. Recuerdo casas y balcones, todas de colores brillantes. Pero que quedan opacadas por la luz anaranjada de un farol en la oscuridad. Ahí, en esa oscuridad donde se pierden los que sueñan. Adoquines donde bailar el vals. Mosaicos en las paredes. Espejos en el alma. Un café con aroma a naranja. Un pie dulce con un dejo amargo.

He intentado encontrar nuevamente esos lugares. Esos lugares a los que no sé volver, porque no se encuentran en algún mapa, sino en los recuerdos más perdidos de la memoria. Por accidente tal vez me encontré con ellos. Pero me parecieron desteñidos. Estaban más opacos, más faltos de sueños. Ya no se veía el horizonte desde sus balcones. El mar ya no brillaba a lo lejos. En vez de eso hervían preguntas sin respuesta. Pasados bloqueados, como las huellas borradas en la arena. 

A veces es mejor no regresar. Volver para encontrarse con un recuerdo herido, duele demasiado. Ya no encontrarás el rostro igual  al mirarte en el espejo. Ya no voltearás al cruzarte con su recuerdo caminando entre la multitud. El mundo habrá cambiado y tu también.

A veces es mejor no regresar. 




martes, 14 de octubre de 2014

Sin quedarse atrás

Recuerdo haber estado en octavo básico o primero medio, algo así. Estaba en el coro de mi colegio, así que nos tocaba presentarnos en la licenciatura de los cuartos medios. Por esas cosas de la vida conocía a varios de los que salían, siendo que eran mayores que yo. No eran de esas relaciones que uno podría llamar amistad, sino más bien, esas conexiones extrañas que se producen en lugares como el colegio… Ahí, donde ves todos los días a la misma gente, conoces sus rostros y sus nombres, tal vez parte de sus historias, desde hace años. Existe una cercanía. Y cuando uno está en esa edad, queriendo colgarse de los mayores, el grado de afecto por esas personas aumenta.  El punto es que yo conversaba con algunos de ellos… Y me contaban sus planes a futuro: irse de la región, del país, probar suerte afuera, pues había todo un mundo de posibilidades. A medida que los años fueron pasando esta fue una escena que se fue repitiendo. Con excepción de que aquellos que se iban eran cada vez más cercanos. De pronto ya no eran conocidos los que salían a enfrentarse a la Universidad y otros proyectos. Eran amigos. Y sentía que me quedaba atrás. Hasta que finalmente me tocó el turno a mí también.

Este sentimiento ha sido recurrente en distintos momentos de mi vida. A pesar de mis logros, que no son pocos (lo descubrí cuando hacía mi Currículum), no puedo evitar sentirme en menos al compararme con los demás. No es que sienta que los otros sean mejores que yo. Es sólo que no puedo evitar sentir envidia cuando los veo realizando cosas que a mí me gustarían, como por ejemplo viajar. Ahora con lo de las redes sociales es tan común el psicopatear… Y ahí están, todas esas fotos de las cosas que han logrado: títulos, becas, trabajos, viajes, intercambios, vacaciones, experiencias únicas como caminatas, buceo, saltar en paracaídas o qué se yo. La mitad de esas actividades jamás las haría. Pero en fin. Creo que lo que más envidio es justamente eso. Esa libertad de poder hacer lo que uno quiera, de arriesgarse, de tomar las opciones que la vida te plantea. En el fondo: de vivir la vida y sentirse pleno, sentirse feliz con uno mismo.

¿Por qué yo no me puedo sentir así? Con todas las cosas que he hecho, con todo lo que he logrado…
No sé si tiene que ver porque aquí es como mal visto sentirse orgulloso de tus logros. Pero siempre tendemos a opacarnos. No estamos acostumbrados a ver nuestras cosas buenas, y las malas a veces resultan tan fáciles…

Además la comparación siempre es peligrosa. Sólo vemos un aspecto de aquello con lo que nos comparamos. Muchas veces vemos sólo el resultado, pero no todo lo que se recorrió hasta llegar ahí.
Una vez me dijeron: “No juzgues a nadie sólo por sus fotos de Instagram o de Facebook.” En efecto, eso es lo que tienen las redes sociales: un “Perfil,” un punto de vista. Y uno lo arma. Uno elige como quieres que te vean. O a veces, se arma sólo, contra tu voluntad. Pero el tema está en que lo que aparece ahí es sólo un aspecto tuyo. Y si sólo hay fotos de las fiestas a las que has ido, parecerás un tipo carretero. Si sólo hay fotos de tus logros, parecerás alguien exitoso. ¿Quién guarda recuerdos de sus derrotas?

Quizás lo principal está en asumir de forma realista tu propia experiencia. ¿Cómo es que he llegado hasta aquí? ¿Estoy viviendo la vida que quiero? ¿Sí, no, por qué? ¿Qué puedo hacer para cambiarlo? Pero también respetar tus tiempos. Tu vida tiene un pulso y es por algo. Quizás el ritmo que llevas te dirige en otra dirección. Una que aún no habías considerado y que puede resultar incluso más satisfactoria.

Es por eso que cuando esa envidia me ataca, después de psicopatear a algunos conocidos, me psicopateo a mí misma, con ojos de alguien externo. Hago una revisión de mis logros y lo comparo con mis metas a corto, mediano y largo plazo. Por lo general me basta para alcanzar la calma una vez más. Pero si no, entonces me da el impulso necesario para tomar las riendas de mi vida una vez más y empezar a hacer los ajustes que estime convenientes.


Quizás la lección más difícil que tenemos que aprender es la paciencia. Aquello que deseamos, de algún modo u otro, si nos esforzamos llegará. Pero por mientras, debemos disfrutar el camino y lo que tenemos.




lunes, 13 de octubre de 2014

Un día en el Cielo

El otro día hicimos un Picnic en el Jardín Botánico. Mi hijo de dos años lo pasó increíble corriendo libremente por ahí. Mi pareja quedó agotado corriendo detrás de él. Lo pasamos súper con mis amigos: conversando, comiendo, jugando... El clima estaba de lo más agradable.

En algún momento me quedé sola descansando sobre la mantita que habíamos tirado en el pasto. Corría una suave brisa y por la hora, donde el sol comienza a declinar, había una luz tangencial... Una especie de bruma que cubre la panorámica como un filtro de instagram. 

Estaba lleno de familias que habían decidido salir también. Vi grupos de niños pequeños celebrando cumpleaños, con un tipo alto y calvo vestido como guía de safari que les realizaba actividades. Los árboles estaban adornados con globos y banderitas de papel, listones y otros colgantes. Las mesas estaban repletas de jugos y cositas sanas. En el pasto habían cojines y mantitas... Parecía una foto de revista de decoración. 

En otros grupos la cosa era más heterogénea: tercera edad conversando, parejas de adultos regaloneando, parejas jóvenes absortas en lo suyo, padres pacientes y vigilantes, pero relajados... Grupos grandes de amigos jugando, amigas de mediana edad riendo. Había de todo.

La naturaleza magnífica como siempre. Algo me produce estar en medio de árboles inmensamente grandes. No hay cosa que me guste más que perderme en los bosques. Y el Jardín Botánico era el escenario perfecto para las actividades de aquel día.

Si bien había mucha gente, había suficiente espacio para todos. Los asistentes eran de todas las clases sociales, pero se mezclaban bien. Desde las pitucas que intentan verse hippies con ropa de marca, hasta las clases populares vestidas con ropa del persa, pasando por la clase media que se viste muy originalmente en las grandes tiendas... Nadie desconfiaba del otro. No era ese ambiente como de plaza pública, donde todos afirman su cartera o miran feo al del frente. Todos dejaban que los niños corrieran libres y se hicieran amigos de los demás, sin importar si dejaban la bici tirada. Los perros corrían por todas partes, pero todos tenían dueño. Ningún aparato hacía música de forma molesta. Y los autos y motos pasaban muy lento, así que no estaba ese estresante ruido de motores al acelerar, ni frenasos, ni bocinas...

Me detuve un momento y los miré. Los observé cuidadosamente a todos. Mi alma se conmovió al ver esta escena del Jardín de las Delicias. Sentí que eso era la perfección, ¿qué más podía pedir? Habría sido feliz con una vida así. Relajada, donde todos pudieran conversar, jugar, leer, pintar, dormir, pololear, correr, en fin... lo que quisieran. Detenerse a oler las flores, a maravillarse con el colorido de los árboles, a jugar a alimentar a los patos o ensimismarse con los destellos de luz sobre el agua... El clima: perfecto: ni mucho frío ni mucho calor. Suficiente privacidad, suficiente estar en compañía con los otros.

Si alguien me hubiese preguntado ¿cómo imaginaba yo el Paraíso? Habría respondido: Así.