viernes, 26 de diciembre de 2014

Esos pequeños ángeles cotidianos

De vuelta al teclado. 

¡Uf! Perdonen la desaparición. No es que no cumpliera mi promesa de esforzarme en escribir, es sólo que fue un fin de año caótico, como generalmente suele ser. Entre que terminé el equivalente a mi Tesis (¡Y me fue bien! ¡Eh eh eh!) así que "terminé" la Universidad... (En realidad uno nuuuuunca termina de estudiar). Y bueno, después... Todas las fiestas y compromisos de fin de año... Además que también mantengo otro Blog, el de la agrupación de baile a la cual pertenezco (Danzas Celtas Dancing Clovers)... Así que tenía que cumplir con eso... Y en fin, no me ha dejado mucho tiempo para sentarme aquí, con calma... A redactar mis ideas flotantes varias.  Lo cual no significa que no las tenga.

Ya que éste ha sido el mes Navideño... Quisiera compartir con uds. una reflexión que me viene dando vueltas hace rato, sobre esos pequeños ángeles cotidianos, como me gusta llamarlos. Esas personas, muchas veces desconocidas, que con actos sencillos, desinteresados, minúsculos... Son capaces de cambiarnos la vida. 

Sólo por poner unos ejemplos... Les contaré de cuando estaba en Alemania, que pasé unos meses por allá hace un par de años... Y, la verdad, el sistema de trenes era bastante complicado. Podías comprar los pasajes en unas maquinitas, pero yo no entendía muy bien como funcionaban. Como se trataba de harto dinero me daba un pánico atroz equivocarme, así que prefería ver bien cuál pasaje era el que yo quería, descargaba la información desde internet, lo imprimía y, en vez de comparlo en la máquinita, lo compraba en la caja, mostrando el papel impreso. En la caja era un poco más caro. La vendedora me dijo: "Sí lo compras en la máquina será más barato." -"Lo sé.- le contesté.- Pero no la sé usar." Entonces ella se salió de su puesto en la caja y fue especialmente a la máquina para comprármelo y aprovechar el descuento. Nunca olvidaré ese gesto. Siempre hablan de los empleados públicos como gente totalmente mecanizada, desesperados de sacar ganancias, que no les importa un bledo la atención de personal. Lo que vi aquí, fue totalmente lo contrario. Un gesto de generosidad que realmente me conmovió.

Pero, claro, eso fue en el extranjero (uno podría pensar). Pero no. Ese tipo de cosas realmente pasan aquí. De hecho, los gestos más dulces los he vivido aquí, en Chile, cuándo, quizás, más lo necesitaba.

Una vez estaba teniendo una conversación muy difícil, sobre un tema muy delicado, con alguien muy especial. Era algo importante, así que no pudimos elegir muy bien el lugar. Fue más bien inesperado. Terminamos conversando en el café del terminal de buses. Y yo lloraba a mares. No podía controlarme. No quería parecer teleserie, así que no gritaba ni nada, pero estaba realmente afectada y no podía parar de hipar. De la nada se me acerca un caballero de tercera edad, muy tierno, tenía ese "corazón de abuelito" emanando por todas partes (aunque para ser honesta, debido a mi condición, no recuerdo bien su rostro). Este caballero se me acerca y me dice algo así como: "No sé por qué lloras, pero toma, un dulce para que te endulce la vida." Y se fue. 

No me preguntó por qué lloraba. No se metió en mis asuntos. Simplemente rompió la barrera de la indiferencia y con ese simple caramelo, me regaló algo mucho más grande: Consuelo. 

En otra ocasión, también difícil para mí, venía de otro momento amargo. Yo pasaba por una depresión y como es clásico en ese estado uno se coloca más o menos sadomasoquista. Venía manejando por una atochada avenida, con la radio puesta con la música más cebolla que se puedan imaginar. Ahí yo lloraba a moco tendido. Quizás mi imaginación ha distorsionado el recuerdo tanto que ya no sé decir si acaso llovía o no, el punto es que la situación era penosa. Estaba detenida en un semáforo y en eso siento un bocinazo del auto de al lado. Miro por la ventana (¡oh, por Dios, que cara habré tenido!) y lo que veo es una pareja joven, de mediana edad, que me miran y me hacen un gesto con el pulgar. Sonríen, pero no dijeron nada más y se alejaron. 

Ellos no eran de la tercera edad, como el caballero anterior. No se les puede excusar por ello. Ni siquiera había una proximidad física. Allá en su auto, en su mundo, ellos no tenían por qué haberse puesto en contacto conmigo. De hecho, no dijeron una sola palabra. Pero con ese gesto, fue suficiente. Fue un explícito: "Arriba el ánimo, todo va a estar bien."

A veces con eso basta. No es necesario solucionar todos los problemas del mundo, no hace falta ser un intelectual o un político con mucha pompa. A veces estos héroes anónimos son todo lo que uno necesita. Son capaces de satisfacer la sed de esperanza que nos ahoga en los momentos de crisis. Eso es lo fundamental.

Quizás les parezca una historia simplista e hiper positiva, como esas que aparecen en las cadenas de e-mails. Pero para mí fueron momentos importantes que realmente tocaron una fibra sensible en mi ser. Cada día leo el diario, escucho las noticias, me entero de cosas por internet... Cada día desayuno con las peores atrocidades que la gente pudiese imaginar. Y todo eso me hace pensar: ¿En qué clase de mundo vivimos? Realmente cuestiono la cordura de la especie humana y muchas veces, como a cuantos no les habrá pasado, me dan ganas de mandar todo a la mierda. Harta del egoísmo, de la crueldad y la maldad, que realmente existen. De las injusticias, de la gente varsa y de los hipócritas. Pero también harta de los vagos, de los demasiado cómodos, de los indiferentes. Y he aquí la prueba de lo contrario: de que el mundo aún puede salvarse a partir de simples y sencillos cambios.

Edmund Burke dijo una vez: "Para que la maldad florezca, sólo hace falta que la gente buena no haga nada."

Quizás se trata simplemente de estar más atenta a tu alrededor. No hace falta que te inscribas como voluntario en alguna parte, que dones dinero o que te subas a un barco a combatir cazadores de ballenas. Se trata de ver lo que la gente a tu alrededor realmente necesita. ¿Hay una señora embarazada cerca tuyo? Cédele el asiento. ¿Alguien necesita un lápiz? Préstaselo. ¿Le faltan 20 pesos para un fotocopia? Regálaselos. ¿Ves que está triste? No le preguntes qué le pasa. Abrázalo y dile que lo quieres. La vida sola se encarga de darnos oportunidades, somos nosotros quienes debemos tomarlas.

Una vez una señora en silla de ruedas me pidió que la ayudara a cruzar una calle, pues la calzada estaba en pésimo estado. Me sentí un poco tonta, porque yo no sabía nada de sillas de ruedas, pero sí sabía de llevar coches de guagua, así que como pude me las apañé para hacer palanca y ayudarla a subir a la vereda. Cuando la mujer se marchaba me pregunté... ¿Cómo lo hace? No para vivir en silla de ruedas, sino que para vivir en un mundo que no piensa en ella. Como madre yo sé lo malas que están las calles. No es su culpa no poder caminar. Es nuestra culpa que ella deba pedir ayuda para cruzar.

Otra vez una señora de tercera edad me pidió que la ayudara a cruzar una calle, porque andaba con muletas. Me sentía como esas caricaturas de boyscouts ayudando a cruzar abuelitas. Pero pensé en mi abuelita y en cuánto me hubiese gustado que alguien de buen corazón la ayudase a ella también cuando lo hubiese necesitado. No me demoré nada. ¿Qué es un minuto más al cruzar la calle? Mi vida entera está llena de minutos. Que al menos sean minutos de bondad.

Al pensar en todo esto, no pretendo sacar en cara mis buenas acciones, simplemente que, pensándolo siento que es el universo dándome oportunidades de ser mejor persona. De ir probándome: ¿cedí la pasada al auto que quería salir de la bencinera? ¿Acompañé a mi amiga al baño cuando me lo pidió porque no quería ir sola? ¿Dejé la loza limpia para que cuando mi mamá llegara encuentre todo ordenado? 

Depende de uno poner en marcha ese motor. Quizás es el karma, haciéndome pagar por las veces que la gente ha sido buena conmigo. Cuando me han dicho: Tienes el cierre de la mochila abierto. Una vez una señora me dijo en el mall: alguien te quiere robar tu collar, mejor camine hacia otra parte. 

La verdad es que hay gente buena. Hay angelitos que nos cuidan y que toman la forma de personas normales, en situaciones comunes. Pero esas personas optan por hacer una diferencia. Jamás saldrán en televisión. Nunca se les homenajeará públicamente. Pero este es mi reconocimiento hacia ellos, esos héroes anónimos dentro de la cotidianidad.

Creo que es un bonito pensamiento para estas fechas. Después de todo, estas celebraciones, en diferentes culturas, tratan sobre eso: La esperanza.

Era un tema que siempre salía en películas infantiles, pero que recién ahora vengo a entender con mayor complejidad.

La esperanza es como una llamita, inicia pequeña, pero cuando es un gran incendio puede cambiarlo todo. Es una luz que no debemos apagar, es un fuego que hay que avivar. Pero no prende con palabras, prende con acciones. Y siempre, aunque no tengamos nada más, es el mejor regalo que podemos obsequiar.