lunes, 11 de mayo de 2009

El Chileno


Una meditación sobre las características de los chilenos desde el punto de vista de uno.
(Apreciasión totalmente de carácter personal y que no pretende ofender a nadie)

¿Cómo es el chileno? Pues da mucho que decir, pues como toda persona o ser humano, sociedad o conjunto, tiene muchas áreas en las cuales se podrá indagar, es complejo, mas a la vez, no se puede dar el lujo de generalizar. Al menos, no demasiado (está claro que para todo existen excepciones). Pues bien, para comenzar diré que el chileno tiene exactamente un problema con eso: la libre expresión. El chileno se siente en la necesidad de hablar, una especie de obligación, por lo que no siempre mide sus palabras. Luego, se refugia en su “derecho de libre expresión”, aunque para hacer uso de él no se haya informado siquiera o se haya formado una opinión con respecto al tema. Quizás se deba a su propia historia, la generación actual proviene de una época en la cual no se podía hablar libremente, por lo que ahora sienten no sólo la necesidad, sino más bien la obligación de hacerlo. Se metió tanto en la cabeza eso de los derechos que olvida las obligaciones, pasa con todo: la educación, la conducta, el sueldo. Todas las exigencias, siempre y cuando le convengan. Pero a la hora de hablar de qué debe poner él de su parte, simplemente olvida mencionarlo. Por ejemplo: en el tema de la educación siempre se habla de cómo el gobierno debe repartir las platas, de que se debe mejorar la calidad del cuerpo docente y modificar los programas del ministerio y las leyes. El tema de la educación se adjudica desde problemas económicos hasta el transporte, la calidad del ambiente a la hora de los estudios y la alimentación. Todo esto se trata, pero nunca se mencionan cosas tales como el cumplimento de las tareas, la asistencia, los falsos justificativos o la conducta de los propios alumnos para con los profesores y sus compañeros. La mayoría de los alumnos que van a paro o ejercen “tomas” no se han dedicado a informarse correctamente de sus propias quejas, ni tampoco a pensar en soluciones útiles a sus demandas, elaborar propuestas… Al chileno le gusta criticar, pero no que le critiquen, le gusta salir siempre campante, victorioso, no le importa no tener un bando claro, siempre y cuando le convenga. El problema con esto es que lo pone en una situación difícil. No siempre sabe lo que quiere (y tampoco logra darse cuenta de que le conviene a largo plazo). Pasa por ejemplo con los médicos, profesores o carabineros. Les entregamos el cargo pues consideramos que están capacitados para ejercerlo, pero se ha perdido mucha autoridad, entonces ya no les dejamos cumplir con su labor. ¿Quién sabe más? ¿Un paciente que ha investigado en internet o un médico que ha cursado siete años de carrera y tres más de especialización, sin contar que debe estarse actualizando constantemente y su continua práctica le permite ir manteniendo frescos sus conocimientos? El chileno suele confundir orden y respeto por tiranía y dictadura, siendo que no necesariamente tiene por qué ser así. La verdad es que la anarquía total tampoco es posible, ya que nos atamos por reglas como las leyes de la física, del tránsito, etc. Personalmente creo que el chileno es muy extremista. Le cuesta seriamente encontrar un equilibrio a su modo de vida, vive siempre al borde, reacciona siempre de forma extremada. Incluso su historia es así. Si antes todo era negro, ahora: ¡Blanco! Pero sin matices. Lo que provoca que al final nos decepcionemos de ambos bandos, pero no encontremos el intermedio que buscamos. Siempre reaccionamos en contra. Pero es que nos cuesta mucho ser objetivos, sobre todo cuando elementos cercanos a nosotros, como nuestra familia, son afectados directamente. El problema es que al ser subjetivos no vemos las cosas con claridad lo que aleja las soluciones cada vez más de nosotros. Además somos poco pacientes, no vemos a largo plazo y nos mostramos muy reacios a los cambios. No esperamos a ver como se apaciguan los ánimos y pensar fríamente antes de ejercer un juicio. Como por ejemplo con el Transantiago. Es cierto, ha habido mil fallas al respecto, pero se concentran tanto en todos los problemas que este ha tenido que nunca han visto el lado bueno. La verdad es que el sistema antiguo tampoco era sostenible y habría terminado por quebrarse, si bien el proceso por el cual se llegó al nuevo estuvo completo de errores que derivó en el problema actual, la idea en un principio era buena. El asunto es que si más adelante se planeara hacer algo parecido, un cambio a favor de la sociedad, lo más probable es que nos mostremos totalmente reacios al cambio, sin siquiera meditar si las medidas son las correctas o no. Si acaso es de nuestra conveniencia o no. Por otra parte solemos ser “chaqueteros”, es decir, en vez de mejorar nosotros hacemos que el resto empeore. Somos muy competitivos, tenemos muy metido el concepto de las “competencias” (incluso dentro de la educación eso es lo que nos enseñan) pero al mismo tiempo: flojos, buscamos el camino fácil. Nos gusta trabajar poco, ganar mucho (quizás soñamos demasiado) y no compartir el secreto. Existe poca conciencia social, somos muy egoístas. Mientras mejor estamos nosotros, menos nos importa el resto. Y sólo nos acordamos de ellos cuando necesitamos algo de los demás: ya sea para crear una masa que proteste o para adquirir votos en algo en particular. Además, tenemos muy mal ojo para elegir los blancos de nuestras críticas, pocas veces son quienes realmente las merecen o quienes realmente pueden hacer algo con ellas. Pero no todo es tan malo, también el chileno posee cosas buenas. De partida siempre encuentra una forma, es algo tozudo, lo que no es necesariamente algo malo. Si realmente se esfuerza encontrará una forma, ya que difícilmente se rinde una vez que se propone algo. Algo así como los “maestros chasquilla” o el “roto chileno” que fue a combatir en la Guerra del Pacífico. Por otra parte tienen gran capacidad de improvisación. No necesitan mucho planeamiento, están acostumbrados a trabajar con lo que provee el momento, por lo que suelen ser “todo terreno”. Esta es una cualidad muy útil para la vida, ya en verdad el destino es algo tan desconocido para nosotros… Y aunque está bien tener planes y ser estructurados hay que admitir que las cosas no siempre salen como se las desean y una vez que esto ocurre hay que saber actuar, hay que ser práctico y trabajar con lo que se tiene. El chileno definitivamente destaca en esto. Y aunque el chileno sea bastante pesimista (en realidad es fatalista, sino me creen, lean la mitad de este trabajo), es orgulloso. Por lo que sólo él tiene derecho a hablar mal de sí mismo, pobre de que alguien más lo intente porque saltará en defensa de su país inmediatamente. El chileno aún no aprende a valorar todas las cosas buenas que tiene, porque está muy concentrado en que su vida no es perfecta, pero en cuanto se da cuenta de que otros están peor o que intentan catalogarle por debajo de donde realmente esta, es como si despertara. Entonces le es más fácil enumerar sus virtudes y cualidades, además de sus ventajas. Después de todo debemos de tener buen ojo para algunas cosas, no por nada somos uno de los mejores países de Latino América. Quizás al chileno le falte escuchar un poco más. Darse el tiempo de pensar. Y de ahí confiar un poco más en sí mismo y en sus capacidades. Valorar lo que tiene, desde su tierra, sus raíces, sus costumbres, hasta su propia identidad. De hecho, muchos de los problemas que tenemos como sociedad es por intentar adoptar una imagen que según nosotros encaja con “el mundo actual” pero no con nuestra realidad inmediata. Las ideas extranjeras son buenas, pero necesitan ser procesadas y adaptadas a nuestro sistema para que funcionen. Un paso clave que el chileno tiene que aprender. Por otra parte, otra cualidad, es que el chileno es mucho más directo, no teme a decir la verdad. Y el hecho es que es bastante capaz de reconocer sus errores y retractarse, más al menos que otros. Eso es digno de admirar, porque no es fácil. Si bien a veces se cae en la “cara de palo” o sinvergüenza, al menos se es consecuente con los actos y opiniones propias. De a poco aprendemos de nuestro pasado. De otro modo, es también mucho más corporal, más cálido. Los extranjeros siempre hablan bien de la hospitalidad y los cariños que brindan los chilenos a los que vienen desde el exterior. Eso se debe en gran parte a la forma que tenemos de relacionarnos en el lenguaje de las distancias y los gestos. Rompemos las fronteras mucho más rápido, no nos cerramos tanto en nuestro propio cuerpo y entablamos más relaciones con el otro. No somos tan xenófobos como algunos han intentado tildarnos. De igual manera el chileno es bastante solidario, quizás no consiga hacer mucho pues no se estén enfocando en la forma más eficaz, pero ganas no le faltan (y esto no tiene nada que ver con el egoísmo en el tema de la conciencia social del que hablaba antes, es otra muy distinta). Chile tiene un corazón grande y eso no es negable. Siempre ha existido ese sentimiento de compañerismo y apoyo (aunque sea para cubrirse entre los “malos”).

Además no hay que omitir nuestra capacidad artística. Chile ha demostrado que su fuerte son las artes y hay que aprender a sacarle provecho a eso. Chile mira con idolatría las ciencias y la matemática, la economía… Pero parece despreciar su mayor fuerte: las artes, en todo sentido. Por último quisiera agregar que es fácil que todo esto suene como una fuerte crítica hacia Chile y su gente, pero la verdad es que cuando se está dentro de una sociedad es muy fácil criticarla. Solamente estando en el extranjero se pueden apreciar las cosas buenas. Y la verdad es que realmente pienso que si la crítica se estuviera haciendo en otro país, cualquiera que fuere, saldrían tantas cosas negativas como en esta, ya que cada uno sabe que cosas escondió bajo la alfombra, así como la basura que hay en casa. Pero pocos piensan siquiera en que cada uno tiene sus asuntos en la suya propia. Por último: si la crítica es constructiva, es positiva, pues siempre va en pos de un bien mayor, del mejorar.

Atte
Mei

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