miércoles, 7 de abril de 2010

Uniendo los puntos




¿Te has preguntado alguna vez por qué las luces de la calle son naranjas? La verdad es que no permiten ver claramente, no existe, tal vez, algo más artificioso que aquello. Estamos tan acostumbrados que simplemente no somos capaces de pensar en ellas. ¿No dana caso una atmósfera de irrealidad a la noche? Incluso, con ayuda del cine que necesita focos para poder mostrarnos algo, en vez de solo un cuadrado negro ruidoso, hemos llegado a creer que las calles de noche son realmente anaranjadas. Que en la época victoriana podríamos distinguir la sombra de la capaz de Jack el destripador a través de la niebla londinense. Que mentira más grande. Esa luz intrusa, pasa desapercibida, se cola dentro de nuestra habitación por las noches, esa voyerista que nos acosa mientras soñamos o buscamos un tentempié nocturno, que es incapaz de protegernos en la soledad de las calles citadinas, y que nos impide ver el cielo nocturno, cruzando los cerros de líneas punteadas, dibujando serpenteantes caricaturas... ¿La verdad? Esa luz es mínima, es suficiente para distinguir siluetas, para que no nos asalte la mancha de la esquina, para guiarnos y marcarnos el camino, porque si no, si no hubiese luna, no veríamos absolutamente nada. Sin embargo, no debe ser tan brillante, no debe confundirse con el día, de modo que no afecte ni trastorne a los mortales dentro de sus casitas. Para que descancen en la noche que sea noche. Que curioso, esa lucecita que se cuela y que transforma nuestro mundo en sepia... Nunca antes había reflexionado tanto sobre ella.

Atte
MEI

No hay comentarios:

Publicar un comentario