miércoles, 14 de mayo de 2014

El Arte de Conversar

      Creo que vivimos en una época que, entre muchas otras cosas, sufre una gran crisis: la pérdida de la Conversación. Como toda crisis, esto significa un cambio y no pretendo juzgar si acaso esto es bueno o malo, supongo que ello lo definirán las futuras generaciones, sin embargo... Me atrevo a decir que ésto puede tener ciertas connotaciones negativas. ¿A qué me refiero? Bueno, a muchas cosas... Primero que todo, el estilo de vida que llevamos hace que estemos siempre apurados. Nunca tengamos tiempo para sentarnos todos a la mesa a conversar, en familia por ejemplo, o a compartir un cafecito con los amigos, etc. La idea es lograrlo, claro esta. Hay quienes se hacen ese tiempo. Sin embargo: ¿cuál es la calidad de esa conversación realmente? No estoy pensando en que cada charla con los cercanos deba ser una clase magistral o un debate profundo... Pero me he topado con que cada vez que estoy en compañía de alguien y tenemos algún tema en común tendemos a apasionarnos. Y claro, empezamos a profundizar en eso... Y no falta el que llega y te dice: ¡No puedo creer que estén hablando de eso en una fiesta! Lo cual me causa un escozor tan grande en el pecho que me dan ganas de responderle: ¡Y yo no puedo creer que estés hablando de farándula todo el día! Ahora, claro, ¿quién soy yo para decir sobre qué debe hablar la gente en su tiempo libre? Pero es que me llaman demasiado la atención estos indicios, estas señales, de que algo más grande sucede por detrás. Son esas ideas cliché de que "en la mesa no se debe hablar de política, religión o fútbol porque puedes ofender a alguien." Cuando, mi visión, es todo lo contrario. ¡Hoy más que nunca debemos hablar de política, de religión (de fútbol no sé...) y de todo lo demás! Claro esta, con el debido respeto. Es decir, entender al otro como un igual, con una postura que puede ser diferente a la tuya y que uno no debe intentar convencerlo, sino escuchar. Dialogar con alguien que piensa distinto a uno tiene incontables beneficios. Uno aprende mucho. Abre su mente a nuevos horizontes, incluso puede llegar a fortalecer tu postura inicial. No se trata de tener la razón o no. Se trata de aprender, de escuchar, sobre todo valorar la riqueza de opiniones que pueden haber sobre un mismo tema. 

Siento que de algún modo hoy en día es mal visto apasionarse. Tener cosas de tu interés. Cosas por las que sientas que vale la pena discutir. Y son esas cosas de las que uno normalmente quiere hablar. Muy poca gente le pregunta al de al lado: ¿oye, cuál es tu pasión? Y le dedica atención realmente a lo que te están contando. Siempre tenemos tiempo para quejarnos, para pelar, para hablar de vanalidades... Pero, ¿tenemos tiempo para las cosas que consideramos importantes? ¿nos hacemos ese espacio?
Lo mismo sucede con el trabajo. Antiguamente, como mucho del trabajo era artesanal y se hacía en conjunto, se conversaba mientras se hacía. Era una forma de aprender y de compartir las noticias. Con la revolución industrial eso cambió. Hoy es inconcebible el hablar mientras se trabaja, tampoco el cantar u otras "distracciones." Lo cierto es que todo eso se ve hoy en día como elementos que disminuyen la producción. Una producción que nunca acabará. Pasarán nuestras vidas y las máquinas seguirán andando. Siempre habrá trabajo que hacer. Pero uno no es eterno. Pasarás toda tu vida trabajando para llegar a alguna parte, no trabajando mientras vives tu vida. Pasarás la vida entera sin pensar, sin hablar, sin mirar por sobre tu hombro para ver quien está a tu lado.

Otra cosa también es nuestra relación con los mayores. Antiguamente los viejos eran los sabios, quienes habían vivido más y poseían más experiencia. Ellos eran los modelos a imitar. Hoy en día esto ha cambiado. Nuestras esperanzas están en los más jóvenes. Son ellos quienes se amoldan más rápidamente a los cambios de nuestro mundo tan tecnológico y acelerado.Ellos son los creativos que buscan nuevos modos de hacer, siempre cambiando, nada puede ser igual a lo que existían. Nuestros mayores se ven entonces como desadaptados. Y no los consideramos más como una fuente de sabiduría. Hoy buscamos el conocimiento en cualquier otra parte: internet, expertos, etc. Pero a los mayores los dejamos de lado, no tenemos tiempo para ellos, porque ellos avanzan a una velocidad distinta a la nuestra. No sabemos interactuar con ellos, los desplazamos para que otros, ojalá, se encarguen de ellos, como si fueran bebés a quienes hay que entretener. Ni siquiera nos detenemos a escuchar sus historias de tiempos remotos para pensar en como eran las cosas entonces y reflexionar sobre como queremos que sean en el futuro.

Y es que eso también se ha perdido. Hoy en día no escuchamos historias. Ya no hay cuentacuentos. La sabiduría ya no está en los cantos míticos, épicos. No hay canciones populares que nos unan a un sólo relato (porque de hecho, ya no hay relato que sea capaz de unirnos). No nos sentimos relacionados ni siquiera con los textos sagrados de nuestras religión (que supuestamente debiese re-ligarnos a ese pasado). Nuestra imaginación esta atrofiada. Estamos tan bombardeados por imágenes que no las procesamos y como no conversamos con nadie no tenemos siquiera noción de otras interpretaciones. Nuestra comprensión lectora es muy mala, casi no leemos, siendo que tanto nos preocupamos por la educación. Nuestra imaginación se empobrecerá cada día más sin darnos cuenta de lo que somo, realmente, capaces de soñar.

¿Qué se puede hacer, entonces? Simplemente me planteo esa pregunta. Creo que podemos partir por respetarnos a nosotros mismos, a nuestros sentimientos, a darnos el tiempo. Tiempo de leer, de pensar, de escuchar con calma. De escuchar a otros. De formular argumentos, contra-argumentos. De decir, estoy a favor, en contra y por qué. De jugar a ponerse en el lugar del otro. Y darle rienda suelta a nuestra imaginación. De compartir lo que sentimos y jugar a tratar de ponerle nombre. Para que así expresemos nuestros temores, preocupaciones, miedos y molestias, de formas menos violentas. De ver qué pasa cuando estamos todos reunidos y abrimos nuestro corazón a lo que se está tratando de decir realmente. A leer entre líneas. A leer tonos de voz, expresiones, matices... 

Después de todo... ¿qué daño puede hacernos?



Atte
Mei

No hay comentarios:

Publicar un comentario